sábado, 24 de diciembre de 2016

25 DE DICIEMBRE, FIESTA DE LA NATIVIDAD DE JESÚS






Un ciclo importante del año litúrgico se nuclea en torno a la festividad de la Natividad del Señor, fiesta fija, que celebramos el 25 de diciembre, Navidad.

La Iglesia celebra el Nacimiento desde el año 336, por disposición del papa san Julio I aunque en realidad no se sabe con exactitud la fecha del Nacimiento (en cualquier caso parece ser que fue unos años antes de los que normalmente consideramos) y ni siquiera si fue o no en invierno. Los orígenes de esta celebración parecen remontarse a tiempos muy lejanos, teniendo como lugar de inicio la gruta donde nació Jesús. Sobre esa gruta construye Santa Elena la basílica de la Natividad, allá por el año 326, colocando el altar encima mismo de la gruta. Se ha venido afirmando que los cristianos de Roma habían fijado en el Siglo IV la fecha del 25 de diciembre para conmemorar la Natividad del Señor, eligiendo la fecha de la fiesta civil romana del Sol invicto, fiesta muy popular entre los romanos y que evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas, divinidad que tenía su templo romano en el Campo Marzo y que el emperador Adriano impuso.

El elegir esta fecha (solsticio de invierno) tiene un simbolismo. Al acabar el otoño el sol ha alcanzado su punto más bajo en el horizonte y justamente al comenzar el invierno comienza de nuevo a levantarse, simbolizando a Cristo, Sol naciente que con su luz alumbra a la Humanidad a la que ha venido a salvar. Con la venida de la nueva luz y el nacimiento del Sol (fiesta pagana) los creyentes celebramos a Cristo, luz que no se apaga jamás y Sol que ilumina a todos los hombres. Se introduce y generaliza posteriormente la costumbre romana de la Misa de medianoche (la tradicional Misa del Gallo), que se empezó celebrando en la basílica romana de Santa María la Mayor (basílica romana erigida como imitación de la de la Natividad en Belén).

La Navidad es una celebración entrañable, a la que contribuyó decisivamente la figura de San Francisco de Asís cuando en el año 1223 hace representar con personajes la escena de Belén, origen de los actuales belenes y nacimientos, tan arraigados en la religiosidad popular y que las Parroquias y Cofradías montan con gran cariño en época navideña. La cena navideña en familia, la asistencia a la Misa del Gallo y el beso a la imagen del Niño Jesús son elementos muy entrañables y queridos por el pueblo cristiano.

Hoy en día, sin embargo, se está dando justo el fenómeno contrario de lo que fue el origen de la Navidad. Si los primitivos cristianos tuvieron la valentía de "cristianizar" una fiesta pagana, (inculturación en términos antropológicos) hoy en día nuestra sociedad secularizada está "paganizando" una fiesta religiosa, convirtiendo los días navideños en época de consumo desenfrenado y vacación frívola, perdiendo el sentido de celebración religiosa.
http://www.caminando-con-jesus.org


El significado de la navidad


La palabra se hizo carne. El misterio de la encarnación constituye. el centro de nuestra celebración de navidad. El constituye el objeto esencial de la fiesta. San Juan lo declara así en el prólogo de su evangelio con una afirmación impresionante: "La palabra se hizo carne y habitó en medio de nosotros..." (1,14). No se conmemora precisamente el nacimiento de Jesús en Belén, ni las circuntancias del nacimiento, ni los acontecimientos que lo rodearon. El misterio subyacente, el misterio de Dios hecho hombre, es más bien el que reclama nuestra atención y compromete nuestra fe en la liturgia de la navidad. Según Newman, ésta es la verdad central del evangelio. Significa que "el Hijo eterno de Dios se convirtió, por un segundo nacimiento, en el Hijo de Dios en el tiempo"'.

Cuando meditemos en este misterio, quizá arrodillados ante la cuna, recordemos que el niño que contemplamos no es precisamente un niño puramente humano ni tampoco un ser divino bajo apariencias humanas, sino más bien que es divino y humano, el Dios-hombre Jesucristo. En la única persona de la Palabra se juntan dos naturalezas, divina y humana, en una unión más estrecha que cualquiera otra concebible en el orden natural. Llamamos a esto unión hipostática. Significa sencillamente que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

Se trata de un misterio que sobrepasa la inteligencia humana y que plantea grandes exigencias a nuestra fe. Incluso cuando la fe es robusta, existe el peligro de interpretar mal la doctrina. No es fácil mantener simultáneamente y sin desequilibrio las dos verdades: que Cristo nuestro Señor es verdadero Dios y verdadero hombre. Dada la limitación de nuestra inteligencia, no sorprende que, con intención o sin ella, pongamos énfasis excesivo en una de esas dos verdades, con detrimento de la otra: o concebimos a Jesús sólo como Dios o lo consideramos exclusivamente en su humanidad. La Iglesia ha mantenido siempre las dos caras del misterio. En la liturgia de navidad encontramos esta visión unificada y completa.

No pensemos que la liturgia de la navidad es un tratado sistemático de la doctrina de la encarnación. No es ésa su función. Pero, no obstante, es profundamente teológica. La Iglesia nos enseña en primer lugar mediante la Sagrada Escritura. En las lecturas de las tres misas de navidad y en otras lecturas del breviario se nos presentan algunos de los textos cristológicos más importantes del Nuevo Testamento. Se nos ofrecen para nuestra instrucción, para que los leamos, los meditemos y sean punto de partida de nuestra oración.

A los textos de la Escritura siguen, en orden de importancia, las lecturas tomadas de los padres de la Iglesia. Entre estos últimos encontramos a san Anastasio (muerto en el año 373), el gran portavoz del concilio de Nicea, que declaró que Jesús es de la misma sustancia del Padre; y a san León Magno (muerto en el 461), cuya enseñanza sobre la doctrina de la encarnación fue aclamada en el concilio de Calcedonia, en el año 451. Estos y otros textos patrísticos, desde Hipólito hasta Bernardo de Claraval, expresan la concepción de la Iglesia del misterio.

En los himnos, antífonas, responsorios y otros textos de parecidas características, la Iglesia expresa en una forma más poética lo que se nos enseña en la Escritura, en las lecturas patrísticas y en los credos. Pero incluso esas composiciones se inspiran en los salmos, en los evangelios y en otras partes de la Escritura; y llevan el sello de los dogmas de la Iglesia. Fijémonos, por ejemplo, en el siguiente versículo y responsorio: "La palabra se hizo carne, aleluya; y acampó entre nosotros, aleluya"; o en esta antífona de la oración de vísperas: "En el principio, antes de los siglos, la palabra era Dios, y hoy esta palabra ha nacido como salvador del mundo". En una forma más bien doctrinal, la antífona del Benedictus para la octava de navidad expresa el misterio en palabras que recuerdan el concilio de Calcedonia:

Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas: Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división.

En verdad es un misterio maravilloso, algo completamente nuevo. En estos días de navidad consideraremos diferentes aspectos de este misterio. Lo primero que causa asombro es la condescendencia divina que implica la encarnación. En la antífona tercera de las primeras vísperas, la Iglesia exclama: "El que era la palabra sustancial del Padre, engendrado antes del tiempo, hoy se ha despojado de su rango haciéndose carne por nosotros" 1. Esta antífona introduce el gran himno cristológico que habla de la kenosis o autovaciamiento de Cristo. Me refiero a la carta de Pablo a los Filipenses (2,6-11); citamos las primeras líneas:

... el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres.

Conviene que nos detengamos por un instante en esta última línea: "semejante a los hombres". Somos incapaces de llegar a captar toda la profundidad y extensión de esta afirmación; y, en parte por sentido de reverencia, no llegamos a hacer plena justicia a la humanidad de Jesús. No debemos tener miedo alguno de sostener que Cristo fue verdaderamente hombre, semejante a nosotros en todo menos en el pecado. En palabras de Newman, "tiene corazón de hombre, orejas de hombre, deseos y enfermedades de hombre". Se hizo hombre entre los hombres. Compartió nuestra suerte en todas sus manifestaciones. Experimentó nuestras alegrías y tristezas, nuestros temores y ansiedades.

Decir que Cristo se hizo pobre por nosotros es otra manera de expresar esa misma realidad misteriosa. Durante la octava de navidad encontramos este tema en un breve pasaje tomado de san Pablo: "Vosotros ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo por nosotros pobre para enriquecernos con su pobreza" (2 Cor 8,9) 2. El hijo de Dios se hizo pobre asumiendo nuestra carne mortal. Pero no terminó aquí todo: él eligió ser pobre entre los hombres; se contó entre los anawim, los "pobres" de Yavé. Sus padres fueron pobres, Belén y Nazaret eran unas ciudades pobres. Durante su vida pública "no tenía donde reclinar su cabeza" (Mt 8,20). Predicó su evangelio a los pobres y murió por los pobres, desnudo de todo, en la cruz.

Hemos visto su gloria. Dios se hizo hombre, se hizo niño. ¿Acaso existe algo más desvalido que un niño, dependiente por completo de su madre? Este es precisamente el aspecto de navidad que excita tan fuertemente el sentimiento religioso. El niño en el pesebre, guardado por su madre, que se encuentra de rodillas a su lado, y por san José, ha atraído la devoción popular como un imán. Es ésta una tierna escena que ha inspirado innumerables obras pictóricas y muchísimos villancicos navideños.

Sería equivocado menospreciar este enfoque humanísimo del misterio, aunque algunas de sus expresiones, por ejemplo, en las postales de navidad, son excesivamente sentimentales e incluso triviales. La liturgia no es insensible al elemento humano, que está presente, sin duda, en algunas escenas de Belén. Pero esta atención al sentimiento va unida siempre a la visión teológica, que capta el aspecto divino del misterio. Fijémonos, por ejemplo, en esta antífona de vísperas del 28 de diciembre:

La virgen inmaculada y santa nos ha engendrado a Dios, revistiéndole con débiles miembros y alimentándole con su leche materna; adoremos todos a este hijo de María que ha venido a salvarnos.

Tenemos aquí la nota de la ternura. La impotencia del niño y la solicitud materna de María atraen nuestra compasión. Con todo, predomina la idea de la grandeza de este niño que, al hacerse hombre, no deja ni por un momento de ser el Hijo de Dios y cuya misión en el mundo consiste en salvar a todos.

Lo divino y lo humano guardan equilibrio; a veces contrastan en una especie de antítesis juguetona, como en el verso del siglo v: "Una leche materna que renovaba con fuerza/ que da a los pájaros del cielo su alimento" (parvoque lacte pastus est / per quem nec ales esurit). Aquí la omnipotencia divina es contrastada con la pequeñez de la naturaleza asumida.

La impresión general que nos deja la liturgia no es la de bajeza del niño, sino la de su majestad. Destaca la gloria del recién nacido. Lo aclama como Señor y Rey. Se percibe esto con claridad en la elección de los salmos para la Liturgia de las horas. Algunos de los versículos de esos salmos aparecen también como antífonas en el oficio y en la misa. Esos salmos están tomados expresamente del grupo del salterio que incluye los salmos mesiánicos y regios y los salmos de entronización. El salmo 2, que inicia el Oficio de lecturas del día de navidad, es un buen ejemplo, ya que siempre formó parte de la liturgia festiva en Jerusalén y en Roma. Destaca la realeza de Cristo: "Ya tengo yo a mi rey consagrado sobre Sión, mi monte santo"; y también su origen divino: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy".

Durante el tiempo de navidad y epifanía escucharemos referencias frecuentes a la gloria del rey recién nacido. Podríamos describirla como liturgia de gloria. Y no se trata de exageración alguna, pues el mismo evangelio presenta a Jesús bajo esta luz. San Juan, el cual afirma que "la palabra se hizo carne", nos dice también: "Nosotros vimos su gloria". Los restantes evangelistas y san Pablo comunican idéntico mensaje.

"Que un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado..." Escuchamos estas palabras de Isaías en la primera lectura (Is 9,1-7) de la misa de medianoche. Esto nos recuerda que el aspecto externo de este niño no difería en nada del de cualquier otro niño. Nació en circunstancias menos favorables que otros niños. Y, no obstante, nuestra fe nos dice que este niño es el Hijo de Dios. Esto nos prepara para entender lo que el profeta continúa diciendo: "... y su nombre será: Consejero admirable, Dios potente, Padre eterno, Príncipe de la paz".

BIBLIOGRAFÍA




EL TRIUNFO DE CRISTO EN LA HUMILDAD
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Lux fulgebit hodie super nos, quia natus est nobis Dominus, hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Es el gran anuncio que conmueve en este día a los cristianos y que, a través de ellos, se dirige a la Humanidad entera. Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma.

Nos detenemos delante del Niño, de María y de José: estamos contemplando al Hijo de Dios revestido de nuestra carne. Viene a mi recuerdo el viaje que hice a Loreto, el 15 de agosto de 1951, para visitar la Santa Casa, por un motivo entrañable. Celebré allí la Misa. Quería decirla con recogimiento, pero no contaba con el fervor de la muchedumbre. No había calculado que, en ese gran día de fiesta, muchas personas de los contornos acudirían a Loreto, con la fe bendita de esta tierra y con el amor que tienen a la Madonna. Su piedad les llevaba a manifestaciones no del todo apropiadas, si se consideran las cosas —¿cómo lo explicaré?— sólo desde el punto de vista de las leyes rituales de la Iglesia.

Así, mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa, tres o cuatro campesinas lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero me emocionaba. Atraía también mi atención el pensamiento de que en aquella Santa Casa —que la tradición asegura que es el lugar donde vivieron Jesús, María y José—, encima de la mesa del altar, han puesto estas palabras: Hic Verbum caro factum est. Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres, en un pedazo de la tierra en que vivimos, habitó Dios.


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Jesucristo perfecto Dios y perfecto hombre

El Hijo de Dios se hizo carne y es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y perfecto hombre. En este misterio hay algo que debería remover a los cristianos. Estaba y estoy conmovido: me gustaría volver a Loreto. Me voy allí con el deseo, para revivir los años de la infancia de Jesús, al repetir y considerar ese Hic Verbum caro factum est.

Iesus Christus, Deus Homo, Jesucristo Dios-Hombre. Una de las magnalia Dei, de las maravillas de Dios, que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre.

No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz.

Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.

Vemos —dice San Juan Crisóstomo— que Jesús ha salido de nosotros y de nuestra sustancia humana, y que ha nacido de Madre virgen: pero no entendemos cómo puede haberse realizado ese prodigio. No nos cansemos intentando descubrirlo: aceptemos más bien con humildad lo que Dios nos ha revelado, sin escrudriñar con curiosidad en lo que Dios nos tiene escondido. Así, con este acatamiento, sabremos comprender y amar; y el misterio será para nosotros una enseñanza espléndida, más convincente que cualquier razonamiento humano.


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Sentido divino del andar terreno de Jesús

He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de El. Y para aprender de El, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.

Porque hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración, como ahora, delante del pesebre. Hay que entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres.

Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo.

Así vivió Jesús durante seis lustros: era fabri filius, el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es éste?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, filius Mariæ, el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas.


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Como cualquier otro suceso de su vida, no deberíamos jamás contemplar esos años ocultos de Jesús sin sentirnos afectados, sin reconocerlos como lo que son: llamadas que nos dirige el Señor, para que salgamos de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad. El Señor conoce nuestras limitaciones, nuestro personalismo y nuestra ambición: nuestra dificultad para olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos a los demás. Sabe lo que es no encontrar amor, y experimentar que aquellos mismos que dicen que le siguen, lo hacen sólo a medias. Recordad las escenas tremendas, que nos describen los Evangelistas, en las que vemos a los Apóstoles llenos aún de aspiraciones temporales y de proyectos sólo humanos. Pero Jesús los ha elegido, los mantiene junto a El, y les encomienda la misión que había recibido del Padre.

También a nosotros nos llama, y nos pregunta, como a Santiago y a Juan: Potestis bibere calicem, quem ego bibiturus sum?: ¿Estáis dispuestos a beber el cáliz —este cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre— que yo voy a beber? Possumus!; ¡Sí, estamos dispuestos!, es la respuesta de Juan y de Santiago. Vosotros y yo, ¿estamos seriamente dispuestos a cumplir, en todo, la voluntad de nuestro Padre Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor propio? ¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos, y que hace que no queramos purificarnos? Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.

Es necesario empezar por convencerse de que Jesús nos dirige personalmente estas preguntas. Es El quien las hace, no yo. Yo no me atrevería ni a planteármelas a mí mismo. Estoy siguiendo mi oración en voz alta, y vosotros, cada uno de nosotros, por dentro, está confesando al Señor: Señor, ¡qué poco valgo, qué cobarde he sido tantas veces! ¡Cuántos errores!: en esta ocasión y en aquélla, y aquí y allá. Y podemos exclamar aún: menos mal, Señor, que me has sostenido con tu mano, porque me veo capaz de todas las infamias. No me sueltes, no me dejes, trátame siempre como a un niño. Que sea yo fuerte, valiente, entero. Pero ayúdame como a una criatura inexperta; llévame de tu mano, Señor, y haz que tu Madre esté también a mi lado y me proteja. Y así, possumus!, podremos, seremos capaces de tenerte a Ti por modelo.

No es presunción afirmar possumus! Jesucristo nos enseña este camino divino y nos pide que lo emprendamos, porque El lo ha hecho humano y asequible a nuestra flaqueza. Por eso se ha abajado tanto. Este fue el motivo por el que se abatió, tomando forma de siervo aquel Señor que como Dios era igual al Padre; pero se abatió en la majestad y potencia, no en la bondad ni en la misericordia.

La bondad de Dios nos quiere hacer fácil el camino. No rechacemos la invitación de Jesús, no le digamos que no, no nos hagamos sordos a su llamada: porque no existen excusas, no tenemos motivo para continuar pensando que no podemos. El nos ha enseñado con su ejemplo. Por tanto, os pido encarecidamente, hermanos míos, que no permitáis que se os haya mostrado en balde un modelo tan precioso, sino que os conforméis a El y os renovéis en el espíritu de vuestra alma.


FILMOGRAFÍA


NATIVITY


CUENTO DE NAVIDAD



Título original
A Christmas Carol
Año
Duración
69 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Director
Guión
Hugo Butler (Novela: Charles Dickens)
Música
Franz Waxman
Fotografía
Sidney Wagner, John F. Seitz (B&W)
Reparto
,,,
Productora
Loew's / Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Género
DramaFantástico | NavidadPobrezaSiglo XIX
Grupos
Adaptaciones de Charles Dickens | Un cuento de Navidad 
Novedad
Sinopsis
Ebenezer Scrooge, el hombre más avaro de la ciudad, tiene prácticamente esclavizado a su empleado el señor Cratchit. Una noche se le aparece el espíritu de un antiguo socio, al que seguirán los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras. Adaptación del popular cuento "A Christmas Carol", del escritor inglés Charles Dickens (1812-1870). (FILMAFFINITY)
http://www.filmaffinity.com/es/film746368.html


ORACIONES


ORACIÓN AL NIÑO DE BELÉN
DE  SAN JUAN XXIII


Dulce Niño de Belén, haz que penetremos con toda el alma en este profundo misterio de la Navidad. Pon en el corazón de los hombres esa paz que buscan, a veces con tanta violencia, y que tú sólo puedes dar. Ayúdales a conocerse mejor y a vivir fraternalmente como hijos del mismo Padre.

Descúbreles también tu hermosura, tu santidad y tu pureza. Despierta en su corazón el amor y la gratitud a tu infinita bondad. Únelos en tu caridad. Y danos a todos tu celeste paz. Amén.


MISTERIOS DE LA INFANCIA DE JESÚS

[Niño Jesús con la cruz. Estampa de finales del siglo XIX]
Venid, Dios mío, en mi ayuda. Apresuraos, Señor, a socorrerme.

Rezar Gloria y Padrenuestro.

I
1. Encarnación. Oh dulcísimo Niño Jesús, que para nuestra salvación descendisteis del seno del eterno Padre a las entrañas de la Virgen María, donde, concebido por obra del Espíritu Santo, tomasteis la forma de siervo, siendo el Hijo de Dios hecho Hombre, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

2. Visitación. Oh dulcísimo Niño Jesús, que por medio de Vuestra Virgen Madre visitasteis a Santa Isabel, y llenando del Espíritu Santo a vuestro Precursor San Juan Bautista, le santificasteis ya antes de nacer, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

3. Expectación del parto. Oh dulcísimo Niño Jesús, que esperasteis encerrado por nueve meses en el seno materno el tiempo de nacer, e inflamasteis en ardentísimos deseos los corazones de la Virgen María y de San José, y os ofrecisteis a Dios Padre por la salvación del mundo, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, niño Jesús, piedad. 
Avemaría.

4. Nacimiento. Oh dulcisimo Niño Jesús, nacido de la Virgen María, envuelto en pobres pañales y reclinado en el pesebre, anunciado por los Angeles y visitado por los Pastores, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

Gloria a Vos, Niño Jesús de Madre Virgen nacido, y al Padre y al Santo Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.

II
V. Jesús está cerca de nosotros.
R. Venid y adorémosle.
Padrenuestro.

5. Circuncisión. Oh dulcísimo Niño Jesús, circuncidado a los ocho días, llamado con el glorioso nombre de Jesús; y en el Nombre y en la Sangre justamente, preconizado Salvador del mundo, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

6. Adoración de los Reyes. Oh dulcísimo Niño Jesús, manifestado por una estrella a los tres Magos, adorado en el regazo de María, y regalado místicamente con oro, incienso y mirra, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

7. Presentación. Oh dulcísimo Niño Jesús, presentado en el templo por María Virgen y Madre, abrazado por el santo anciano Simeón y revelado al pueblo de Israel por la profetisa Ana, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

8. Huida a Egipto. Oh dulcísimo Niño Jesús, perseguido de muerte por Herodes, llevado a Egipto por San José con vuestra Madre, librado de la muerte con la huida, y glorificado con la sangre de los Inocentes, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad. 
Avemaría.

Gloria a Vos, Niño Jesús, de Madre Virgen nacido, y al Padre y al Santo Espíritu, por los siglos de los siglos.
Amén.

III

V. Jesús está cerca de nosotros.
R. Venid y adorémosle
Padrenuestro.

9. Permanencia en Egipto. Oh dulcísimo Niño Jesús, que vivisteis en Egipto con María Santísima y el Patriarca San José hasta la muerte de Herodes, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

10. Regreso de Egipto. Oh dulcísimo Niño Jesús, que volvisteis con vuestros padres de Egipto a la tierra de Israel, padeciendo en el camino muchos trabajos y entrasteis en la ciudad de Nazaret, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

11. Estancia en Nazaret. Oh dulcísimo Niño Jesús, que habitasteis santamente en la bendita casa de Nazaret, sujeto a vuestros padres, pobre y en muchos trabajos y creciendo en sabiduría, edad y gracia, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

12. Jesús entre los Doctores. Oh dulcísimo Niño Jesús, conducido a Jerusalén a la edad de doce años, buscado con dolor por vuestros Padres, y después de tres días encontrado con sumo gozo en el templo entre los Doctores, tened piedad de nosotros.

R. Piedad, Niño Jesús, piedad.
Avemaría.

Gloria a Vos, Niño Jesús, de Madre Virgen nacido, y al Padre y al Santo Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.

El día de Navidad y su Octava:

V. El hijo de Dios se hizo hombre, aleluya.
R. Y habitó entre nosotros. Aleluya.

El día de Epifanía y su Octava:

V. Cristo se nos ha manifestado, aleluya.
R. Venid adorémosle, aleluya.

En el resto del año se dice:

V. El hijo de Dios se hizo hombre.
R. Y habitó entre nosotros.

 

ORACION FINAL
Omnipotente y eterno Dios, Señor del Cielo y de la tierra, que os manifestáis a los pequeños, concedednos, os suplicamos, que, venerando dignamente los santos misterios de la Infancia de vuestro hijo Jesús, y siguiendo sus ejemplos, podamos llegar al reino de los cielos prometido a los pequeñuelos. Por el mismo Jesucristo Señor nuestro. Amén.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

8 de diciembre Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN

Archivo:JUAN A~1.JPG

INMACULADA CONCEPCIÓN


La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción. 



Como demostraremos, esta doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.



 "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."

(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)


La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.



Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.



La Encíclica "Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»



Fundamento Bíblico



La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica. 



El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor.  Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.



En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María ciertamente lo sugiere.



El Apocalipsis narra sobre la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).  Ella representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. Ella es toda esplendor porque no hay en ella mancha alguna de pecado. Lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.



Los Padres de la Iglesia y la Inmaculada



Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.



Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),



Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),



Tertuliano (De carne Christi, xvii),



Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),



Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),



Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),



Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and



Sedulius (Carmen paschale, II, 28).


También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura San Agustín y otros.  La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"





Lo que debes saber sobre la Inmaculada Concepción de María



Antonio Orozco
Madre de Dios y Madre nuestra
Rialp, 1996, cap. II, pp. 31-39.



 Entre los privilegios que Dios ha otorgado a la Virgen María, en atención a su excelsa dignidad de Madre de Dios y en virtud de los méritos de su Hijo, es de destacar el de su Inmaculada Concepción, reconocido por la Iglesia desde sus comienzos, y definido como dogma de fe el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX en la Bula Ineffabslis Deus. En esta Carta Apostólica, el Romano Pontífice, «no hizo sino recoger con diligencia y sancionar con su autoridad la voz de los Santos Padres y de toda la Iglesia, que siempre se había dejado oír desde los tiempos antiguos hasta nuestros días» [FC I, párr. 2]. El análisis del texto de la definición nos será útil para conocer el significado de los términos y el perfil del dogma: «Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción fue, por singular gracia y privilegio del Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser firme y constantemente cretda por todos los fieles» [InD, DS 2800-2804].



        Es claro que el dogma se refiere no a la concepción virginal de Cristo realizada en María por obra del Espíritu Santo, sino a la concepción por la cual María fue engendrada en el seno de su madre. También es de advenir que el dogma se refiere no a la concepción «activa», obra de los padres de María, sino al «término» de esa acción, es decir a la concepción que podemos llamar «pasiva»: el resultado de la concepción activa, que es precisamente el «ser concebido» de María. Ella, María, es la concebida sin pecado original.



        La definición dogmática excluye la teoría de quienes afirmaron en los siglos XIII y XIV, que la Virgen, habiendo contraído de hecho el pecado original, estuvo sometida a él por un instante (per parvam morulam), para ser enseguida santificada por Dios en el seno de su madre.



        Con la expresión «inmune de toda mancha de culpa original», la Iglesia confiesa que María en ningún momento y en modo alguno fue alcanzada por la culpa original que se transmite por generación a la humanidad desde nuestros primeros padres. Por eso Pío XII, en Fulgens corona, explícita que cuando se habla de María ni siquiera «cabe plantearse la cuestión», de si tuvo o no algún pecado, por exiguo que pudiera pensarse: «es tan pura y tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios» [Sobre la "plenitud de gracia" ver FC, I].



        La inmunidad otorgada a María es una gracia del Dios todopoderoso que constituye un «privilegio singular». ¿Podría haber alguna otra excepción a esa ley común? No consta que la voluntad del Papa al definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María fuera excluir absolutamente cualquier otra excepción, ni, por supuesto, consta en parte alguna que la haya. No obstante, Pío XII, en Fulgens corona dice que «este singular privilegio» es «a nadie concedido» sino a la que fue elevada a la dignidad de Madre de Dios [cfr FC, I, párr. 5].



La Tradición apostólica y el Magisterio



        La verdad expresada en la definición de la Inmaculada, no se ha obtenido como una conclusión deducida a partir de la Revelación, o por su conexión con alguna otra verdad revelada, sino que se trata de una verdad formalmente revelada por Dios. Se encuentra afirmada en la Iglesia desde los primeros siglos. A través de la historia ha habido progreso en el conocimiento y explicación, pero la verdad era conocida desde los comienzos de la Iglesia como divinamente revelada [ver FC, I].



        Sólo en la época escolástica comenzaron los teólogos a discutir sobre este asunto. Pero ya Sixto IV, en los años 1476 y 1483 aprueba la Fiesta y el oficio de la Concepción Inmaculada, prohibiendo calificar como herética la sentencia inmaculista. Clemente XI, el año 1708, extiende la fiesta de la Inmaculada como fiesta de precepto a toda la Iglesia Universal.



Solución de las dificultades teológicas



        La dificultad que algunos teólogos tuvieron antes de la declaración dogmática para reconocer sin lugar a dudas la Inmaculada Concepción de María, era la universalidad de la Redención operada por Cristo. ¿Cómo explicar la excepción en la herencia del pecado original que todos recibimos y en la necesidad que todos tenemos de ser redimidos?



        La respuesta del Magisterio es clara: en este punto no se trata de una excepción [cfr CEC, 491]. María no es una criatura exenta de redención, por el contrario: es la primera redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano [InD, DS 2803; LG, 53]. De ahí le viene toda esta resplandeciente santidad del todo singular, de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» [LG, 53, 56]



        A la dificultad teológica sobre cómo podía una persona ser redimida sin haber contraído al menos un instante el pecado original, se responde con la distinción entre «redención liberativa» y «redención preservativa». La primera es la que se aplica a todos nosotros con «el lavado de la regeneración» bautismal [cfr Tit 3,15]. La última es la que aconteció en María ya antes de que pudiera incurrir en pecado.



Sagrada Escritura



        La Iglesia ha entendido que en las Sagradas Escrituras existe un sólido fundamento de esta doctrina. Dios, después de la caída de Adán, habla a la pérfida serpiente con palabras que no pocos Santos Padres y Doctores, lo mismo que muchísimos autorizados intérpretes, aplican a la Santísima Virgen: «pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya...» [Gen 3,15]. Es el famoso texto llamado Protoevangelio por ser el primer anuncio –por cierto, inmediato al pecado– de la Buena Noticia ( = Evangelio) de la Redención futura. Se interpreta «descendencia» («linaje») no sólo en sentido colectivo y moral, sino también en sentido cristológico y mariológico, enseñando que en él se expresa de modo insigne la enemistad de Cristo Redentor y de María, su Madre, contra el diablo [Conviene advertir que la interpretación mariológica de Gen 3,15 no surge de la falsa lectura de «ipsa» en vez de «ipsum», ya que aparece por primera vez entre los griegos e incluso la sostienen posteriormente quienes leen correctamente «ipsum» en vez de «ipsa»].



        Así como de la primera Eva partió la ruina del género humano, la nueva Eva, María, asociada a Cristo Redentor, consigue una victoria absoluta, sin excepción alguna, contra el mal que es el pecado [cfr León XIII, Enc. Augustissimae Virginis; Pío XII, Bula Munificentissimus Deus]. Para esto mismo toman base los Padres y Escritores eclesiásticos de aquellas palabras en que el ángel Gabriel, en la Anunciación, llama a María «en nombre y por orden de Dios», llena de gracia [Lc 1,28]. En tan singular y solemne salutación, nunca hasta entonces oída, dicen los Padres que «se da a entender que la Madre de Dios fue la sede de todas las gracias divinas y que fue adornada con todos los carismas del Espíritu Santo, hasta el punto de no haber estado nunca bajo el poder del mal y de merecer oír, participando a una con su Hijo de una bendición perpetua, aquellas palabras que Isabel pronunció movida por el Espíritu Santo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» [InD, l.c.].



Razones divinas



        Cuando el Magisterio de la Iglesia define un dogma no obedece a un «capricho dogmaticista», ni a una razón puramente estética. Nos basta su autoridad, pero la ejerce siempre fundada en razones. Indaga en la Sagrada Escritura, en la Tradición apostólica, en el sentido de los fieles y también se pregunta por las razones que ha podido tener nuestro Padre Dios para hacer las cosas de un modo que a veces no era de unívoca necesidad. Las razones más claras que la Iglesia ha encontrado para explicar el designio de Dios sobre el misterio que tratamos son las siguientes:



        1. La Maternidad divina. María fue «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante» [LG, 56; CEC, 490]. Pues «esta excelsa prerrogativa (...) mayor que la cual ninguna otra parece que pueda existir, exige plenitud de gracia divina e inmunidad de cualquier pecado en el alma, puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes, después de la de Cristo» [FC, l.c.; cfr LG, 53].



        2. El amor de Dios a su Madre. «¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo omnipotente, sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer (...). Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen: «convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo» [cfr Juan Duns Escoto, In III Sententiarum, dist. III, q. 1]. Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa –tota pulchra!–; limpia, pura en alma y cuerpo» [Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 171; cfr CEC, 490].



        3. El CEC indica otra poderosa razón de la gran conveniencia de la plenitud de gracia de María desde el primer instante de su concepción: para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios [cfr CEC, 722]. La respuesta de María al mensaje divino del Ángel requería toda la fuerza de una libertad purísima, abierta al don más grande que pueda imaginarse y también a la cruz más pesada que jamás se haya puesto sobre el corazón de madre alguna, la «espada» de que le habló Simeón en el Templo [cfr Lc 2,35]. Aceptar la Voluntad de Dios implicaba para la Virgen cargar con un dolor inmenso en su alma llena del más exquisito amor. Era muy duro aceptar tal suerte para quien había de querer mucho más que a Ella misma [cfr Is 53,2-3]. La Virgen María necesitó toda la fuerza de su voluntad humana, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo en plenitud para poder decir –con toda consciencia y libertad– su rotundo fiat al designio divino. Esta enorme riqueza espiritual no rebaja un punto su mérito; sencilla y grandiosamente hace posible lo que sería humanamente imposible: da a María la capacidad del fiat. Pero Ella puso su entera y libérrima voluntad. Para entendernos: Dios me ha dado a mí la gracia de responder afirmativamente a mi vocación divina. Sin esa gracia no habría podido decir que sí; pero con ella no quedé forzado a decirlo. Podía haber dicho que no, pues, en principio, la vocación divina no es un mandato inesquivable, sino una invitación: «Si quieres, ven y sígueme» [Lc 10,21].



Privilegios incluidos en la plenitud de gracia



        a) Inmune de toda imperfección voluntaria [cfr. P. ej. San Agustín, De nat. et gratia, XXXVI; cfr CEC, 493], en modo alguno inclinada al mal. Esto es teológicamente cierto [cfr LG, 56].



        b) Con plenitud de Gracia inicial, como ya hemos visto, y plenitud creciente de Gracia en el transcurso de su vida. La plenitud de Gracia inicial de María no fue absoluta, infinita, como la de Jesucristo Hombre (unido hipostáticamente al Verbo), sino relativa. Era plena y perfecta, pero no infinita. Podía crecer y de hecho, al corresponder en todo momento a las mociones de Dios, creció a lo largo de su vida. Es sentencia común de los teólogos, que en el momento de la Encarnación, como consecuencia del «fiat», recibió un aumento de Gracia que sería notabilísimo. Es lógico si pensamos que Cristo Hombre es Causa (subordinada a la Causa primera, que es Dios) de la Gracia. Por lo demás, el amor recíproco entre el Hijo y la Madre sería una causa ininterrumpida de incremento de Gracia para Ella.



        Sin embargo, es seguro que María estuvo sujeta al dolor y padeció al corredimir con Cristo. El privilegio de la Inmaculada Concepción, lejos de sustraer el dolor de María, más bien aumentó en Ella su capacidad de sufrimiento, y la dispuso de tal modo que no desaprovechó ninguno de esos dolores y sufrimientos dispuestos o permitidos por el Padre, ofreciéndolos con los de su Hijo por nuestra salvación.


        La criatura que está en lo más alto, no es, con todo, la más lejana a nuestra poquedad. La Iglesia ha salido al paso de errores sobre este particular, y ha proclamado en el Concilio Vaticano II que María es «Aquélla, que en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros» [LG, 54; cfr FC I y InD].







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La Fiesta de la Inmaculada Concepción



La antigua fiesta de la Concepción de María (Concepción de Santa Ana), que tuvo su origen en los monasterios de Palestina por lo menos tan temprano como en el siglo VII, y la fiesta moderna de la Inmaculada Concepción no son idénticas en sus objetivos.



Originalmente la Iglesia celebraba sólo la Fiesta de la Concepción de María, como guardaba la Fiesta de la concepción de San Juan, sin discusión sobre la impecabilidad. Con el correr de los siglos esta fiesta se convirtió en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, según la argumentación dogmática trajo ideas precisas y correctas, y según ganaron fuerza las tesis de las escuelas teológicas sobre la preservación de María de toda mancha de pecado original. El antiguno término permaneció incluso después que el dogma fue aceptado universalmente en la Iglesia Latina y que ganó apoyo autoritativo a través de los decretos diocesanos y decisiones papales, y antes de 1854 el término «Inmaculada Conceptio» no se encuentra en ninguno de los libros litúrgicos, excepto en el Invitatorio del Oficio Votivo de la Concepción. Los griegos, sirios, etc. la llaman la Concepción de Santa Ana (Eullepsis tes hagias kai theoprometoros Annas, «la Concepción de Santa Ana, la antepasada de Dios»).



Passaglia en su «De Inmaculato Deiparae Conceptu», al basar su opinión en el «Typicon» de San Sabas, el cual fue compuesto sustancialmente en el siglo V, cree que la referencia a la fiesta forma parte del original auténtico, y que consecuentemente se celebraba en el Patriarcado de Jerusalén en el siglo V (III, n. 1604). Pero el Typicon fue interpolado por San Juan Damasceno, Sofronio y otros, y desde el siglo IX hasta el XII se le añadieron muchas fiestas y oficios nuevos.



Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos, el más antiguo de los cuales es el canon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII, cuando era monje del monasterio de San Sabas cerca de Jerusalén (murió siendo arzobispo de Creta hacia el 720). Pero la solemnidad no pudo estar generalmente aceptada en todo Oriente en ese entonces, pues Juan, primer monje y luego obispo de la Isla de Euboea, hacia el año 750, hablando en un sermón a favor de la propagación de esta fiesta, dijo que no era todavía conocida por todos los fieles (ei kai me para tois pasi gnorizetai; P.G., XCVI, 1499). Pero un siglo más tarde Jorge de Nicomedia, a quien Focio nombró metropolitano en el año 860, podía decir que la solemnidad no era de origen reciente (P.G., C, 1335). Por lo tanto, se puede afirmar con seguridad que la fiesta de la Concepción de Santa Ana aparece en el Oriente no antes de finales del siglo VII o principios del VIII.



Como en otros casos análogos, la fiesta se originó en las comunidades monásticas. Los monjes, que concertaron la salmodia y compusieron varias piezas poéticas para el oficio, eligieron también la fecha del 9 de diciembre, que siempre se mantuvo en el calendario Oriental. Gradualmente la solemnidad emergió del claustro, entró en las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente se convirtió en fiesta fija en el calendario, aprobada por Iglesia y Estado.



Esta fiesta está registrada en el calendario de Basilio II (976-1025) y en la Constitución el Emperador Manuel I Comneno en los días del año parcial o totalmente festivos, promulgada en 1166, contada entre los días de Sabbath de descanso total. Hasta el tiempo de Basilio II, la Baja Italia, Sicilia y Cerdeña todavía pertenecían al Imperio Bizantino; la ciudad de Nápoles estuvo en poder de los griegos hasta que Roger II la conquistó en 1127. Por consiguiente, la influencia de Constantinopla fue fuerte en la Iglesia Napolitana, y, tan temprano como el siglo IX, la Fiesta de la Concepción sin duda se ccelebraba allí el 9 de diciembre, como en cualquier otro lugar de la Baja Italia, tal como aparece en el calendario de mármol hallado en 1742 en la Iglesia de San Jorge el Mayor en Nápoles.



En la Iglesia Griega la Concepción de Santa Ana es una de las fiestas menores del año. La lectura de maitines contiene alusiones al apócrifo «Proto-evangelium» de Santiago, que data de la segunda mitad del siglo II (ver Santa Ana). Sin embargo, para la Ortodoxa Griega la fiesta significa muy poco: continúan llamándola «Concepción de Santa Ana», indicando involuntariamente, quizá, la concepción activa que, ciertamente, no fue inmaculada. En el Menaion del 9 de diciembre esta fiesta ocupa sólo un segundo plano, pues el primer canon se canta en conmemoración de la dedicación de la Iglesia de la Resurrección en Constantinopla. El hagiógrafo ruso Muraview y varios autores ortodoxos levantaron su voz contra el dogma después de su promulgación, aunque sus propios predicadores anteriormente habían enseñado la Inmaculada Concepción en sus escritos mucho antes de la definición de 1854.



En la Iglesia Occidental la fiesta apareció (8 de diciembre) cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando. Pero el intento de introducirla oficialmente provocó contradicción y discusión teórica en relación con su legitimidad y su significado, que continuó por siglos y no se fijó definitivamente antes de 1854. El «Martirologio de Tallaght» compilado hacia el año 790 y el «Feilire» de San Aengo (800) registran la Concepción de María el 3 de mayo. Es dudoso, sin embargo, que una fiesta real correspondiese a esta rúbrica del sabio monje San Aengo. Ciertamente, esta fiesta irlandesa se encuentra sola y fuera de la línea del desarrollo litúrgico; aparece aislada, no como un germen vivo. El escoliasta añade, en el margen inferior del «Feilire», que la concepción (Inceptio) se realizó en febrero, puesto que María nació después del séptimo mes---una noción singular que se encuentra también en algunos autores griegos. El primer conocimiento definido y confiable de la fiesta en Occidente vino desde Inglaterra; se encuentra en el calendario de Old Minster, Winchester (Conceptio Sancta Dei Genitricis Maria), que data desde cerca del 1030, y en otro calendario de New Minster, Winchester, escrito entre 1035 y 1056; un pontifical de Exeter del siglo XI (datada entre 1046 y 1072) contiene una «benedictio in Conceptione S. Mariae»; una bendición similar se encuentra en un pontifical de Canterbury escrito probablemente en la primera mitad del siglo XI, ciertamente antes de la Conquista. Estas bendiciones episcopales muestran que la fiesta no se encomendaba sólo a la devoción de los individuos, sino que era reconocida por la autoridad y observada por los monjes sajones con considerable solemnidad. La evidencia muestra que el establecimiento de la fiesta en Inglaterra se debió a los monjes de Winchester antes de la Conquista (1066).



Desde su llegada a Inglaterra los normandos trataron de un modo despectivo las observancias litúrgicas inglesas; para ellos esta fiesta aparecía específicamente inglesa, un producto de la simplicidad e ignorancia insular. Sin duda alguna, la celebración pública fue abolida en Winchester y Canterbury, pero no murió en el corazón de los individuos, y en la primera oportunidad favorable restauraron la fiesta en los monasterios. Sin embargo, en Canterbury no se restableció antes de 1328. Numerosos documentos expresan que en tiempo de los normandos comenzó en Ramsey, conforme a una visión concedida a Helsin o Aethelsige, abad de Ramsey, al regreso de su viaje a Dinamarca, adonde fue enviado por Guillermo I hacia el año 1070. Un ángel se le apareció durante un fuerte temporal y salvó el barco depués de que el abad prometiese establecer la Fiesta de la Concepción en su monasterio. No obstante considerar el carácter sobrenatural de la leyenda, debemos admitir que el envío de Helsin a Dinamarca es un hecho histórico. El relato de la visión se encuentra en varios breviarios, incluso en el Breviario Romano de 1473. El Concilio de Canterbury (1325) atribuye a San Anselmo, Arzobispo de Canterbury (murió 1109) el restablecimiento de la fiesta en Inglaterra. Pero aunque este gran doctor escribió un tratado especial «De Conceptu virginali et originali peccato», en el que estableció los principios de la Inmaculada Concepción, es cierto que no pudo introducir la fiesta en ningún lugar. La carta que se le atribuye, y que contiene la narración de Helsin, es espuria. El principal propagador de la fiesta después de la Conquista fue Anselmo, el sobrino de San Anselmo. Fue educado en Canterbury, donde pudo haber conocido a algunos monjes sajones que recordaban la solemnidad en tiempos anteriores; después de 1109 y durante algún tiempo fue abad de San Sabas en Roma, donde los Oficios Divinos se celebraban según el calendario griego. Cuando en 1121 fue nombrado Abad en la Abadía de Bury San Edmundo estableció allí la fiesta; en cierto modo, al menos por sus esfuerzos, otros monasterios también la adoptaron, como Reading, San Albans, Worcester, Cloucester y Winchcombe.



Pero otros desvalorizaron su observancia por considerarla absurda y extraña, y que la antigua fiesta oriental era desconocida para ellos. Dos obispos, Roger de Salisbury y Bernard St. David, declararon que la festividad había sido prohibida por un concilio y que se debía detener su observancia. Durante la vacante de la Sede de Londres, cuando Osbert de Clare, Prior de Westminster, intentó introducir la fiesta en Westminster (8 de Diciembre de 1127), un grupo de monjes se levantó contra él en el coro y dijo que la fiesta no debía ser guardada porque no había autorización de Roma (cf. Carta de Osbert a Anselmo en Obispo, p. 24). Entonces el asunto fue llevado ante el Concilio de Londres en 1129. El sínodo decidió a favor de la fiesta, y el Obispo Gilbert de Londres la adoptó en su diócesis. Después de esto la fiesta se extendió en Inglaterra, pero por un tiempo retuvo su carácter privado, por lo cual el sínodo de Oxford (1222) rechazó elevarla al rango de fiesta de precepto.



En Normandía, en tiempos del obispo Rotric (1165-83), la Concepción de María fue fiesta de precepto con igual dignidad que la Anunciación en la Arquidiócesis de Rouen y en sus seis diócesis sufragáneas. Al mismo tiempo, los estudiantes normandos de la Universidad de París la eligieron como fiesta patronal. Debido a la cercana conexión de Normandía con Inglaterra, pudo haber sido importada desde este último país a Normandía, o los varones normandos y el clero pudieron haberla traído a casa de sus guerras en la Baja Italia, donde era universalmente solemnizada por los habitantes griegos. Durante la Edad Media la Fiesta de la Concepción de María fue comúnmente llamada la «Fiesta de la nación normanda», lo cual muestra que en Normandía la celebraban con gran esplendor y que desde allí se extendió a toda la Europa Occidental. Passaglia sostiene (III, 1755) que la fiesta se celebraba en España en el siglo VII. El obispo Ullathorne también consideró aceptable esta opinión (p. 161). Si esto es verdad, es difícil entender por qué desapareció completamente en España más tarde, ya que no aparece ni en en la liturgia mozárabe genuina ni el calendario de Toledo del siglo X editado por Jean Morin. Las dos pruebas que da Passaglia son fútiles: la vida de San Isidoro, falsamente atribuida a San Ildefonso, la cual menciona la fiesta, es interpolada, mientras que la expresión «Conceptio S. Mariae» del Código visigodo se refiere a la Anunciación.






BIBLIOGRAFÍA

COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


La interpretación del dogma *



(1989)




INTRODUCCIÓN



1. El estado de la cuestión



Si, para la humanidad, la interpretación del ser del hombre, de la historia y del mundo mismo, ha sido siempre un problema importante, que, hoy en día, enfrentamos con el problema de una nueva fase de la interpretación, y que es el círculo hermenéutico: en la realidad, a su juicio, el hombre en su existencia concreta no debe ser visto en un contexto de pura objetividad; la realidad siempre se encuentra en un contexto histórico y cultural particular. Ahora bien, esta cuestión de la relación sujeto-objeto es estudiado por la hermenéutica, ya sean de tipo positivista o antropocéntrica, y corre el riesgo de pasar de un concepto erróneo de la subjetividad del hombre a un subjetivismo francamente. corrientes teológicas cierto hoy en día profundamente inmersos en el enfoque hermenéutico concentrado en el significado de los dogmas sin prestar atención a su verdad inmutable. Por ejemplo, teología de la liberación y la teología feminista radical interpretan la fe en función de factores socioeconómicos y culturales. En tales casos, el progreso social y la emancipación de las mujeres se convierten en los criterios decisivos para interpretar el significado de los dogmas.



La importancia actual del problema hermenéutico ha llevado a la Comisión Teológica Internacional para este estudio con el fin de aislar los elementos básicos en la interpretación del dogma como fue concebido por la teología católica.



2. El trabajo de la Comisión Teológica Internacional



Como fue el caso con los temas examinados por la Comisión Teológica Internacional en períodos anteriores de cinco años, el presente tema fue propuesto desde diversos campos a la Comisión en la apertura de la quinta dicho período: el profesor Walter Kasper, que era entonces el profesor de la Universidad de Tübingen, se hizo el presidente de una subcomisión para estudiar el problema y preparar los temas de debate en el Pleno eventual. Con el acuerdo del presidente Comisiones Teológica Internacional, el cardenal Ratzinger, el profesor Kasper recogió la presente subcomisión y cada miembro se le asigna un punto preciso examinar y luego comunicar. propia contribución del profesor Rasper se llama: "¿Qué es un dogma histórico y consideraciones de carácter sistemático". Nuestra publicación actual es el resultado de las revisiones sucesivas de la obra inicial. Las otras presentaciones preparatorias de la Subcomisión abordaron los siguientes temas: "La interpretación de dogma según el Magisterio de la Iglesia, desde Trento al Vaticano II" (Prof. Ambaum); "El estado actual de la cuestión de la interpretación del dogma" (Prof. Colombo); "El dogma de la tradición y la vida de la Iglesia" (Prof. Corbon); "Un Exégeta Nuevo Testamento examina la cuestión de la interpretación adecuada del Dogma" (Prof. Gnilka); "La hermenéutica moderna: sus consecuencias filosóficas y Teniendo en Teología" (Prof. Leonard); "Problemas actuales en la interpretación legítima del Dogma" (Prof. Nagy); "Hermenéutica de la fe en la teología de la liberación" (Prof, de Noronha Galvao); "Unidad y Pluralidad en la Fe" (Prof. Pedro); "El dogma y la vida espiritual" (Prof. Schönborn); "El dogma y la inculturación" (Prof. Wilfred).



Los miembros de la Subcomisión hicieron sus respectivas contribuciones durante el pleno en 1988, y una semana se gastaron en la discusión que surgió. Sobre la base de la discusión y comunicaciones escritas, el profesor Kasper con la ayuda de la subcomisión preparó un texto, y éste, después de una serie de correcciones, fue aprobado totalmente en forma específica por la Comisión en la sesión plenaria de octubre de 1989 .



3. Los temas principales del documento



En su primera parte el texto subraya la importancia de la historia, la tradición, es decir, para la comprensión del dogma. En Occidente hoy, el presente es tan valorado como para causar el pasado para ser considerado como algo ajeno. Un tipo de hermenéutica intenta cerrar la brecha entre nosotros y el pasado de varias maneras que son a menudo reduccionista. Estos deben ser dejadas atrás por lo que alcanzamos a una hermenéutica metafísicos basados ​​en el hecho de que la verdad se manifiesta en ya través de la inteligencia humana. ¿Cuál es entonces la relación entre la verdad y la historia? A pesar de todos los determinismos del pensamiento humano, lo damos por sentado que hay una verdad absoluta y verdades de carácter universal, con sus valores intactos.



En lo que se refiere al problema teológico de la interpretación, la Iglesia lo considera como un primer principio de que la verdad revelada que se enseña es universalmente válido e inmutable en su sustancia. Aún así, las dificultades surgen cuando se trata de transmitir verdades dogmáticas a las personas que viven en diferentes climas culturales, como, por ejemplo, en África o Asia. Entonces, ¿cómo puede uno "interpretan" la fe? Algunos toman un enfoque radical: la fe debe ser interpretado de una perspectiva marxista; o, de hecho, una idea particular acerca de la emancipación se convierte en el ábrete sésamo para la interpretación de la Biblia.



La segunda parte del documento se muestra cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, da testimonio de la revelación. La historia de los dogmas pone de relieve la continuidad ininterrumpida de la tradición. Esto es seguido por la presentación de las declaraciones del Magisterio con respecto a la interpretación del dogma (Trento, Vaticano I, Pío X, Pío XII, Pablo VI), con una mayor concentración en la doctrina del Vaticano II. A esto podemos agregar la praxis Ecclesiae , que, cuando surgen nuevos desarrollos, interpreta ciertas situaciones anteriores (por ejemplo, como la preocupación libertad religiosa).



Al tiempo que presenta una reflexión sistemática sobre el dogma ya que se encuentra en el corazón de la tradición, el documento explica cómo es que la tradición da una dimensión más profunda de las palabras e imágenes del lenguaje humano, ya que las utiliza para expresar la fe. En el curso de la historia de la Iglesia no añade nada nuevo al Evangelio, pero lo hace presente a Cristo en un nuevo estilo. El lugar del dogma en la evangelización, y la importación de los dogmas teológicos, deben entenderse de acuerdo con una rúbrica de este tipo.



El uso y la interpretación de la Escritura en esta empresa son examinados en una tercera sección con el título: "Criterios de Interpretación". El documento subraya la unidad de la Escritura, la Tradición y la vida de la Iglesia en el mantenimiento de una interpretación del dogma en el corazón mismo de la Iglesia. No hay duda acerca de la actualidad de tal tarea. El objetivo es manifestar principios rectores. El documento coloca la validez permanente de las fórmulas dogmáticas en el primer plano y al mismo tiempo presenta sugerencias para una forma renovada de interpretación. Los criterios para juzgar la evolución doctrinal propuestos por JH Newman pueden ser útiles. Y, eso logra, el documento hace referencia oportuna al papel del Magisterio de la Iglesia, ya que la interpretación auténtica de la Palabra de Dios se confió a ella. En efecto, la vida eterna para la humanidad es lo que está en juego en cada elemento que contribuye a la interpretación legítima.



Mons. Philippe Delhaye 

Secretario General Emérito de la Comisión Teológica Internacional


* * *



A. EL PROBLEMA



I. El problema filosófico



1. El problema fundamental de la interpretación



El problema de la interpretación es fundamental para la humanidad desde el principio. A medida que los hombres, tratamos de entender el mundo y de nosotros mismos. Ahora, cuando se enfrentan con el problema de la verdad y la realidad, que nunca empezamos en un comienzo absoluto, un punto cero. El real en cuestión nos reúne en interpretaciones preexistentes, en el sistema de símbolos de una cultura determinada, y, sobre todo, en el lenguaje.



El entendimiento humano es, pues, siempre en simbiosis con la comunidad humana. Por lo tanto, la interpretación debe hacer su propia de, y entender, el testigo de la tradición ya existente.



Esta simbiosis pone fin a cualquier realismo simplista. Nunca nos encontramos con lo real en la desnudez de nacimiento, pero siempre en contextos culturales Mans, donde el hombre aprende lo que ya tiene una carga hereditaria de interpretación.



Como resultado, el problema fundamental de la interpretación puede enunciarse como sigue: ¿cómo puede el hombre toma el círculo hermenéutico entre el sujeto y el objeto en serio sin llegar a ser víctimas de un relativismo que no reconoce nada pero las interpretaciones de interpretaciones, que, a su vez, dar a luz a más interpretaciones. ¿Hay, no como algo externo, sino en el corazón mismo del proceso histórico de la interpretación, una verdad existente por sí misma? Puede reclamar el hombre una verdad absoluta? ¿Hay ciertas proposiciones que deben ser o no admisibles, no importa lo que la cultura es, o el punto concreto de la historia la humanidad s?



2. Dos razones por el retraso del Problema



El problema de la interpretación es más aguda en la actualidad. A causa de avería culturales, la brecha se ha ampliado entre el testigo de la tradición y nuestra cultura actual. Sobre todo en Occidente, esto ha cambiado las actitudes hacia las verdades, valores y perspectivas de la tradición, y, aún más, ha dado a la presente una preponderancia unilateral sobre contra el pasado, y, de nuevo, llevó a dar una ventaja unilateral de la novedad como juez de pensamiento y acción. En la filosofía hoy, gracias sobre todo a Marx, Nietzsche y Freud, una "hermenéutica de la sospecha" es dominante que rechaza la tradición como un enlace de interpretación entre pasado y presente. Se rechaza porque es una falsificación de la naturaleza humana, y una tiranía Pero, si el hombre rechaza la memoria de lo que la tradición ha creado, el nihilismo lo vence. La crisis mundial de la tradición se ha convertido en uno de los más profundos desafíos espirituales de esta edad.



La crisis de la tradición se acentúa aún hoy por el fenómeno muy difundido de encuentros culturales con todas sus tradiciones diferentes. El problema de la interpretación no es solo la de la mediación entre el pasado y el presente, pero la forma de mediar entre una pluralidad de tradiciones culturales. Hoy en día, una hermenéutica tales transcultural se ha convertido en un requisito para la supervivencia de la humanidad en la paz y la justicia.



3. Diferentes Tipos de Hermenéutica



Una hermenéutica de carácter positivista destaca sobre todo el papel de la objetividad. Este enfoque ha contribuido en gran medida a un mejor conocimiento de la realidad. Pero considera conocimiento humano unilateralmente en función de factores naturales, biológicos, psicológicos, históricos y socio-económico y, al hacer esto, no entiende el significado de la subjetividad humana en el proceso de conocer.



La hermenéutica de un remedios naturales que antropocéntricas. Pero esta hermenéutica, con una tensión de un solo lado, hace que el polo subjetivo decisiva. De ese modo se limita el conocimiento de lo real a su significado para el sujeto humano. La verdad sobre la realidad es su significado humano solo.



La hermenéutica culturales comprende la realidad a través de su realización objetiva en la cultura, en las instituciones humanas, tales como usos y costumbres y, sobre todo, el lenguaje. Cada cultura y su sistema de valores se imprime con sirve concepción de sí mismo y del mundo. Si bien se reconoce la importancia de un enfoque de este tipo, hay que plantear la cuestión de los valores que trascienden la cultura y de la verdad del " humanum ", que une a los hombres por encima de todas las diferencias culturales.



A diferencia de las posiciones más o menos reduccionista mencionados hasta ahora, una hermenéutica metafísica plantea la cuestión de la verdad misma de la realidad misma. Esto comienza con el hecho de que la verdad se manifiesta en y por medio de la inteligencia humana de una manera tal que a la luz de la inteligencia de la verdad misma de la realidad misma resplandece. Puesto que la realidad es siempre más amplio y más profundo que todas sus representaciones y conceptualizaciones, ya que estos están condicionados por nosotros por la historia y la cultura tal y como los elaborados, es imperativo buscar una interpretación constante renovación y profundización de tales tradiciones culturales.



Nuestra tarea principal es, pues, de la siguiente manera: en nuestros encuentros con, y nuestras conversaciones sobre la hermenéutica contemporánea, y también con las ciencias humanas contemporáneas, debemos tratar de recrear la metafísica, y las cuestiones metafísicas respecto a la verdad y la realidad. El quid de la cuestión es la relación entre la verdad y la historia.



4. La cuestión básica: La verdad en la historia



En lo que se refiere a la relación entre la verdad y la historia, se ha hecho evidente que, en principio, no hay conocimiento humano sin presuposiciones: lo que es más, todo el conocimiento humano y todo el lenguaje humano depende de una estructura ya incorporada de entendimiento y el juicio. Y, tanto es así, que en todo lo que el hombre sabe, dice, o hace, que está condicionado por la operación de la historia, no es, a veces, una toma de conciencia de algo que ha precedido; un sentido de un final; incondicionado y absoluto. En toda nuestra búsqueda y la búsqueda de la verdad, se presupone que la verdad existe siempre, incluso ciertas verdades básicas (por ejemplo, el principio de contradicción). De este modo, la luz de la verdad siempre nos precede: en otras palabras, parece que objetivamente evidente para nuestra inteligencia cuando este se aproxima a la realidad. Estos engranajes básicos dados de antemano, y estos supuestos dados, eran conocidos por el Stoa en la antigüedad por el nombre del dogma. La medida de esa manera, en un sentido muy general se podría hablar del hombre de ser cortado, fundamentalmente, a una medida dogmática.



Puesto que nuestro conocimiento, el pensamiento y siempre se determinan colectivamente por las respectivas culturas, y por idioma, sobre todo, la estructura básica dogmática se habla de inquietudes no solo del individuo, sino de la sociedad humana en su conjunto. A la larga, ninguna sociedad puede sobrevivir sin convicciones y valores que son comunes a todos, y que caracterizan y apuntalar su cultura fundamentales. Unidad, la comprensión mutua, la coexistencia pacífica, como un reconocimiento también mutuo de una dignidad humana común, también presupone que a pesar de las profundas diferencias entre las culturas, sí existe una base común de valores humanos y, como consecuencia, una verdad común a todos hombres. Esta convicción es muy clara hoy en el reconocimiento de que cada ser humano tiene derechos humanos universales e inalienables.



Pero estas verdades de carácter universal son reconocidas como tales, para el caso sólo en determinadas contingencias históricas, sobre todo, cuando las culturas se encuentran. a continuación, hay que distinguir entre este tipo de situaciones ocasionales y la gran necesidad de valor absoluto que se encuentra en el corazón mismo de la verdad de que el hombre conoce. La verdad, en el nombre de su esencia, sólo puede ser una, única, y, así, universal. Lo que una vez fue conocido como la verdad debe ser reconocida de nuevo como válida y verdadera.


La Iglesia, por medio del Evangelio único que predica, y que, a su vez, es la revelación para todos los hombres y para todos los tiempos, puede satisfacer todas las necesidades esenciales de la inteligencia humana que está en la historia y también abierto a lo universal. La Iglesia puede purificar esto y darle la perfección.


FILMOGRAFIA


Título original
The Song of Bernadette
Año
Duración
156 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Director
Guión
George Seaton (Novela: Franz Werfel)
Música
Alfred Newman
Fotografía
Arthur Miller (B&W)
Reparto
,
Productora
20th Century Fox
Género
Drama | BiográficoSiglo XIXReligión
Sinopsis
Historia de Bernadette Soubirous (Jennifer Jones) y el misterio de la aparición de la Virgen en Lourdes (Francia) en 1858. Cuando a Bernadette, una niña asmática, se le aparece la Señora vestida de blanco, cambia sustancialmente la vida del pueblo de Massadiel, donde surge un manantial cuyas aguas curan a los peregrinos enfermos. Estos hechos serán exhaustivamente investigados por la Iglesia, los médicos y toda suerte de expertos. (FILMAFFINITY)





ORACIONES

[Portada del triptico de la novena de la Inmaculada Concepción para imprimir con MS Word]
Por la señal...
Señor mío Jesucristo...

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Dios te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen soberana y perfecta, elegida por Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de tu Concepción: así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por ti, que por la gracia de Dios has sido elegida para ser Madre del nuevo pueblo que Jesucristo ha formado con su sangre.

A ti, Purísima Madre, restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta novena, para rogarte que nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos tuyos y de tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado.

Acordaos, Virgen Santísima, que habéis sido hecha Madre de Dios, no sólo para vuestra dignidad y gloría, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acordaos que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. No me dejéis, pues, a mi tampoco, porque si me dejáis me perderé; que yo tampoco quiero dejaros a vos, antes bien, cada día quiero crecer más en vuestra verdadera devoción.

Y alcanzadme principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un grande aprecio de la virtud cristiana, y la tercera, una buena muerte. Además, dadme la gracia particular que os pido en esta novena (hacer aquí la petición que se desea obtener).

Rezar la oración del día correspondiente:


ORACIONES FINALES
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Rezar tres Avemarías.

Tu Inmaculada Concepción, oh Virgen Madre de Dios, anunció alegría al universo mundo.

ORACIÓN. Oh Dios mío, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen, preparaste digna habitación a tu Hijo: te rogamos que, así como por la previsión de la muerte de tu Hijo libraste a ella de toda mancha, así a nosotros nos concedas por su intercesión llegar a ti limpios de pecado. Por el mismo Señor nuestro Jesucristo. Amén.




DÍA PRIMERO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como preservaste a María del pecado, original en su Inmaculada Concepción, y a nosotros nos hiciste el gran beneficio de libramos de él por medio de tu santo bautismo, así te rogamos humildemente nos concedas la gracia de portarnos siempre como buenos cristianos, regenerados en ti, Padre nuestro Santísimo.

Meditar y rezar la oración final.

__________
DÍA SEGUNDO 
Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como preservaste a María de todo pecado mortal en toda su vida y a nosotros nos das gracia para evitarlo y el sacramento de la confesión para remediarlo, así te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la gracia de no cometer nunca pecado mortal, y si incurrimos en tan terrible desgracia, la de salir de él cuanto antes por medio de una buena confesión.

Meditar y rezar la oración final.

__________
DÍA TERCERO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como preservaste a María de todo pecado venial en toda su vida, y a nosotros nos pides que purifiquemos más y más nuestras almas para ser dignos de ti, así te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la gracia de evitar los pecados veniales y la de procurar y obtener cada día más pureza y delicadeza de conciencia.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA CUARTO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como libraste a María de la inclinación al pecado y le diste dominio perfecto sobre todas sus pasiones, así te rogamos humildemente, por intercesión de María Inmaculada, nos concedas la gracia de ir domando nuestras pasiones y destruyendo nuestras malas inclinaciones, para que te podamos servir, con verdadera libertad de espíritu, sin imperfección ninguna.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA QUINTO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como, desde el primer instante de su Concepción, diste a María más gracia que a todos los santos y ángeles del cielo, así te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos inspires un aprecio singular de la divina gracia que tú nos adquiriste con tu sangre, y nos concedas el aumentarla más y más con nuestras buenas obras y con la recepción de tus Santos Sacramentos, especialmente el de la Comunión.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA SEXTO  

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como, desde el primer momento, infundiste en María, con toda plenitud, las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo, así te suplicamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas a nosotros la abundancia de estos mismos dones y virtudes, para que podamos vencer todas las tentaciones y hagamos muchos actos de virtud dignos de nuestra profesión de cristianos.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA SÉPTIMO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como diste a María, entre las demás virtudes, una pureza y castidad eximía, por la cual es llamada Virgen de las vírgenes, así te suplicamos, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas la dificilísima virtud de la castidad, que tantos han conservado mediante la devoción de la Virgen y tu protección.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA OCTAVO 

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como diste a María la gracia de una ardentísima caridad y amor de Dios sobre todas las cosas, así te rogamos humildemente, por intercesión de tu Madre Inmaculada, nos concedas un amor sincero de ti, ¡oh Dios Señor nuestro!, nuestro verdadero bien, nuestro bienhechor, nuestro padre, y que antes queramos perder todas las cosas que ofenderte con un solo pecado.

Meditar y rezar la oración final.

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DÍA NOVENO

Comenzar con el ofrecimiento y la oración preparatoria.

ORACIÓN DE ESTE DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como has concedido a María la gracia de ir al cielo y de ser en él colocada en el primer lugar después de Ti, te suplicamos humildemente, por intercesión de María Inmaculada, nos concedas una buena muerte, que recibamos bien los últimos Sacramentos, que expiremos sin mancha ninguna de pecado en la conciencia y vayamos al cielo, para siempre gozar, en tu compañía y la de nuestra Madre, con todos los que se han salvado por ella.

Meditar y rezar la oración final.