domingo, 16 de abril de 2017

16 DE MARZO, DOMINGO DE RESURRECCION

Domingo de Resurrección







La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes.Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección 



Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net 




Importancia de la fiesta

El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.


San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

http://es.catholic.net/op/articulos/18277/domingo-de-resurreccin.html

Homilía de S.S. Papa Francisco

Queridos hermanos: en este Domingo radiante de Vida, la Iglesia nos invita a participar del gozo de la Resurrección del Señor. Se nos invita a participar (no a mirar desde fuera), a hacer nuestra esta alegría, como cuando se toma parte en una fiesta... Y esta es la fiesta más grande: es la Pascua: la del Señor y la nuestra.

Pascua: paso de la muerte a la Vida, a la vida gloriosa de los hijos de Dios, Vida que ya se nos da en Cristo Resucitado, al que ahora celebramos.

Pascua: paso de la oscuridad a la Luz del Señor, del caos de este mundo al orden de la Nueva Creación que Dios ya introdujo en Jesucristo Resucitado. 
Paso de la esclavitud a la libertad; del desierto a la posesión de la Tierra prometida, al Reino de Dios; del pecado a la amistad con Dios; del hombre viejo destinado a la muerte al hombre nuevo, hecho para el Cielo. Paso de la incredulidad y la desesperación, a la alegría serena y profunda de la Fe, la Esperanza y el Amor.

No puede haber para el hombre alegría más profunda que la que hoy se proclama: la alegría de la Salvación.

Hoy resuena, como el silbido de una luz vertiginosa, el eco, aún vivo, del anuncio de la Resurrección del Señor. De boca en boca corre este rumor, que se prueba eficazmente por el testimonio del Espíritu en los corazones renovados. Cristo ha resucitado y se ha aparecido. Es verdad. Nosotros somos testigos de ello.

Sin embargo, para entrar en esta Fiesta, la Fiesta Eterna de los hijos de Dios, es necesario que nos vistamos con el traje de fiesta adecuado. Y ese traje de fiesta es la FE. Y sin Fe, nos quedamos fuera de esta fiesta.

De los hombres y mujeres que conocieron a Jesús, sólo los que tuvieron fe en Él encontraron la alegría de la salvación. Para los otros, las cosas no cambiaron. Del mismo modo ocurre hoy: sólo por la fe, que recibimos en el Bautismo y compartimos en cada Misa, encontramos la alegría de la salvación... para los otros, este Domingo es igual a todos... puede que incluso sea hasta un día triste, vacío, lleno de nostalgia y de un deseo ahogado de encontrarse con Dios. La Pascua que celebramos inaugura un tiempo de gozo. Jesucristo ha resucitado como el Primero de muchos, para mostrarnos cual es la vida que nos espera y se nos ofrece si damos el “paso” de la fe.

Tenemos así el futuro garantizado por Dios mismo, que ha hecho con nosotros una Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre de su Hijo.
Así por la fe celebramos a Jesucristo, el Hombre Nuevo que nos renueva, a nosotros y a toda la Creación, inaugurando cielos nuevos y tierra nueva; y Jesús, el Señor, es ya la Cabeza de esta Nueva Creación.

Por eso anoche hemos bendecido el fuego, la luz, el agua, y hemos renovado nuestras promesas bautismales: porque celebramos la nueva Vida que nos trae el mismo Dios hecho hombre. La Resurrección aniquila el poder de la muerte y la transforma sólo en un paso - amargo pero no definitivo - : la muerte se transforma en el último acto de amor y entrega del hombre a su Señor.

Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús Resucitado. Pero Él mismo nos dice que “son felices los que creen sin ver”. Por eso el Señor no da, en primera instancia, “pruebas” en sentido estricto de la Resurrección, sino sólo signos: una tumba vacía, y ángeles que lo proclaman vivo... Pero la Palabra de la Sagrada Escritura que nos anuncia que Cristo murió y resucitó por nosotros y por nuestra salvación, y la fe de la Iglesia, que parte de los mismos Apóstoles, que vieron al Señor Resucitado, comieron y bebieron con Él, y enviados por Él llegan hoy a nosotros en sus sucesores, los Obispos y los Sacerdotes.

Por eso, nuestra única respuesta quiere ser la Fe... La fe del discípulo amado, que no vio a Jesús (Evangelio de hoy); vio las vendas caídas y el sepulcro vacío, y creyó en Jesús, al que más tarde vería...

También hoy nosotros queremos contemplar con fe el testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del Señor cree y celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él vuelva. El signo para nosotros (como para el discípulo amado), es la misma Iglesia, que a pesar de su debilidad y los defectos de sus miembros, permanece siempre estable a través de los siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a todos los hombres la Buena Noticia de la Salvación. Este es el gran signo de que Jesús está vivo, pues de lo contrario el milagro viviente que es la misma Iglesia, no podría sostenerse. Se confirma así la Palabra de la Escritura: Jesucristo ha resucitado. Y si analizamos nuestra propia vida, encontraremos también muchos “signos”, que nos ha dado el Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y viendo todo esto, queremos creer hoy aún más, crecer en la fe.

Así, al celebrar hoy llenos de alegría al Señor Resucitado, avivemos nuestra fe, acrecentemos nuestra esperanza, y dejemos que Cristo Resucitado renueve la fuerza de nuestro Amor.

AMÉN!! ALELUYA!!!


BIBLIOGRAFÍA

  Es Cristo que pasa< Cristo presente en los cristianos
San Josemaría Escrivá


Cristo presente en los cristianos


Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí. Hæc est dies quam fecit Dominus, exsultemus et lætemur in ea; éste es el día que hizo el Señor, regocijémonos.

El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.

No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti, había prometido. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo sus delicias entre los hijos de los hombres.

Cristo vive en su Iglesia. "Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré". Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad.

De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso. Porque Cristo es el Camino, el Mediador: en El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por El, nos atrevemos a decir —audemus dicere— Pater noster, Padre nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al Señor de los cielos y de la tierra.

La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo.

Cristo vive en el cristiano. La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa. Cristo ha resucitado de entre los muertos y ha venido a ser como las primicias de los difuntos; porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre debe venir la resurrección de los muertos. Que así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.

La vida de Cristo es vida nuestra, según lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Ultima Cena:Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El cristiano debe —por tanto— vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con San Pablo, non vivo ego, vivit vero in me Christus, no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí.


Jesucristo fundamento de la vida cristiana


He querido recordar, aunque fuera brevemente, algunos de los aspectos de ese vivir actual de Cristo —Iesus Christus heri et hodie; ipse et in sæcula-, porque ahí está el fundamento de toda la vida cristiana. Si miramos a nuestro alrededor y consideramos el transcurso de la historia de la humanidad, observaremos progresos y avances. La ciencia ha dado al hombre una mayor conciencia de su poder. La técnica domina la naturaleza en mayor grado que en épocas pasadas, y permite que la humanidad sueñe con llegar a un más alto nivel de cultura, de vida material, de unidad.

Algunos quizá se sientan movidos a matizar ese cuadro, recordando que los hombres padecen ahora injusticias y guerras, incluso peores que las del pasado. No les falta razón. Pero, por encima de esas consideraciones, yo prefiero recordar que, en el orden religioso, el hombre sigue siendo hombre, y Dios sigue siendo Dios. En este campo la cumbre del progreso se ha dado ya: es Cristo, alfa y omega, principio y fin.

En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a El por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!



Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Efeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña.

Me gusta recordar a este propósito la escena de la conversación de Cristo con los discípulos de Emaús. Jesús camina junto a aquellos dos hombres, que han perdido casi toda esperanza, de modo que la vida comienza a parecerles sin sentido. Comprende su dolor, penetra en su corazón, les comunica algo de la vida que habita en El.

Cuando, al llegar a aquella aldea, Jesús hace ademán de seguir adelante, los dos discípulos le detienen, y casi le fuerzan a quedarse con ellos. Le reconocen luego al partir el pan: El Señor, exclaman, ha estado con nosotros. Entonces se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino, y nos explicaba las Escrituras?. Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi, el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro.



El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera.

La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con El, obrando como El obró. El Resucitado, después de sacar al apóstol Tomás de sus dudas, mostrándole sus llagas, exclama: bienaventurados aquellos que sin haberme visto creyeron. Aquí —comenta San Gregorio Magno— se habla de nosotros de un modo particular, porque nosotros poseemos espiritualmente a Aquel a quien corporalmente no hemos visto. Se habla de nosotros, pero a condición de que nuestras acciones sean conformes a nuestra fe. No cree verdaderamente sino quien, en su obrar, pone en práctica lo que cree. Por eso, a propósito de aquellos que de la fe no poseen más que palabras, dice San Pablo: profesan conocer a Dios, pero le niegan con las obras.

No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant, para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres.

Es necesario que resuene una y otra vez aquel mandamiento que permanecerá nuevo a través de los siglos. Carísimos —escribe San Juan—, no voy a escribiros un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que recibisteis desde el principio; el mandamiento antiguo, es la palabra divina que oísteis. Y no obstante yo os digo que el mandamiento de que os hablo, es un mandamiento nuevo, que es verdadero en sí mismo y en vosotros, porque las tinieblas desaparecieron, y luce ya la luz verdadera. Quien dice estar en la luz aborreciendo a su hermano, en tinieblas está todavía. Quien ama a su hermano, en la luz mora, y en él no hay escándalo.

Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros.


http://www.escrivaobras.org/book/es_cristo_que_pasa-capitulo-11.htm



FILMOGRAFÍA



Título original
Risen
Año
2016
Duración
107 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Director
Kevin Reynolds
Guión
Paul Aiello, Karen Janszen, Kevin Reynolds
Música
Roque Baños
Fotografía
Lorenzo Senatore
Reparto
Joseph Fiennes, Tom Felton, Cliff Curtis, Peter Firth, Stewart Scudamore, María Botto, Mish Boyko, Mark Killeen, Stephen Hagan, Stephen Greif, Antonio Gil, Luis Callejo, Richard Atwill, Andy Gathergood, Jan Cornet, Joe Manjón, Pepe Lorente, Selva Rasalingam, Stavros Demetraki, Manu Fullola, Mario Tardón, Àlex Maruny, Paco Manzanedo, Frida Cauchi
Productora
LD Entertainment / Big Wheel Entertainment / Affirm Films
Género
Intriga. Drama | Religión. Antigua Roma
Sinopsis

El protagonista es un centurión romano agnóstico cuya misión es investigar la desaparición del cuerpo de Jesucristo y los crecientes rumores sobre su Resurrección. (FILMAFFINITY)


LA RESURRECCIÓN DE CRISTO






 ORACIONES











Reina del cielo (Regina Coeli)


V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.
R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.
R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

Oración
Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.
Latín:
Regína caeli, laetáre; allelúia.
R. Quia quem meruísti portáre; allelúia.
V. Resurréxit sicut dixit;; allelúia.
R. Ora pro nobis Deum; allelúia.
V. Gáude et laetáte, Virgo Maria; allelúia.
R: Quia surréxit Dóminus vere; allelúia.
Orémus
Deus, qui per resurréctionem Fílii tui Dómini nostri
Iesu Christi mundum laetificáre dignátus es,
praesta quáesumus, ut per ejus Genetrícem
Vírginem Maríam, perpétuae capiámus gáudia vitae.
Per eúmdem Christum Dominum nostrum.
Amen.