domingo, 31 de julio de 2016

6 de agosto LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Esta fiesta recuerda la escena en que Jesús, en la cima del monte Tabor, se apareció vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago. La fiesta de la Transfiguración del Señor se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente, pero el papa Calixto III, en 1457 la extendió a toda la cristiandad para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado, sobre Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo, y cuya noticia llegó a Roma el 6 de agosto.

La Transfiguración del Señor

Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio (Mt 16, 24 ss). Pocos días después de estos sucesos, que habían tenido lugar en la región de Cesarea de Filipo, quiso confortar su fe, pues, -como enseña Santo Tomás- para que una persona ande rectamente por un camino es preciso que conozca antes, de algún modo el fin al que se dirige: “como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es los mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos” (Sto. Tomás, Suma teológica).

Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es una vía que pasa a través de la Cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en las cosas materiales... “¡Pero no es así! El cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber... si tratásemos de quitarle ésto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos transformado en una interpretación muelle y cómoda de la vida” (Pablo VI, Alocución 8-IV-1966). No es esa la senda que indicó el Señor.

Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se mostró “en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón” (San León Magno, Homilía sobre la transfiguración), la que nos aguarda si procuramos ser fieles cada día.

También a nosotros quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acerca un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos , de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se le aparecieron Moisés y Elías hablando con Él (Mt 17, 1-3). Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (Mt 17, 4). Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía (Mc 9, 6). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente los cubrió con y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5).

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. “La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total” (Juan Pablo II, Homilía 27-II-1983), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.

¿Qué será el Cielo que nos espera, donde contemplaremos, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad sin fin?

Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5). ¡Tantas veces le hemos oído en la intimidad de nuestro corazón!

El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados (1Pdr 3, 13-14).

Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso al final del camino. Y cuando llegue aquella hora en que se cierren mis ojos humanos, abridme otros, Señor, otros más grandes para contemplar vuestra faz inmensa. ¡Sea la muerte un mayor nacimiento! (J. Margall, Canto espiritual), el comienzo de una vida sin fin.


VISIÓN DE SANTA TERESA
Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible. Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo desde Jerusalén, irá de la muerte a la resurrección. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: “Este es mi hijo, a quien yo amo, mi predilecto”. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18). La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).


MEDITACIÓN






- El Señor conforta a sus discípulos ante la inminencia de su Pasión y Muerte.



- Dios mismo será nuestra recompensa.



- El Señor está a nuestro lado para ayudarnos a llevar lo más duro y lo que más pesa.



I. Cuando Cristo se manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos según es (1).

Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio (2). Pocos días después de estos sucesos, que habían tenido lugar en la región de Cesarea de Filipo, quiso confortar su fe, pues como enseña Santo Tomás para que una persona ande rectamente por un camino es preciso que conozca antes de algún modo el fin al que se dirige: "como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos" (3).

Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil y quizá aburguesada, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en las cosas materiales. "¿No hemos sentido frecuentemente la tentación de creer que ha llegado el momento de convertir el cristianismo en algo fácil, de hacerlo confortable, sin sacrificio alguno; de hacerlo conformista con las formas cómodas, elegantes y comunes de los demás, y con el modo de vida mundano? ¡Pero no es así!... El cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber... Si tratásemos de quitar esto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos transformado en una interpretación muelle y cómoda de la vida" (4). No es esa la senda que indicó el Señor.

Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se mostró "en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón" (5), la que nos aguarda si procuramos ser fieles cada día.

También a nosotros quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acerca un poco más. Para el cristiano, el paso del tiempo no es, en modo alguno, una tragedia; por el contrario, acorta el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.


II. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él (6). Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (7). Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía (8). Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (9).

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto, Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (10). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. "La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total" (11), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.

¿Qué será el Cielo que nos espera, donde contemplaremos si somos fieles a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad sin fin? "Dios mío: ¿cuándo te querré a Ti, por Ti? Aunque, bien mirado, Señor, desear el premio perdurable es desearte a Ti, que Te das como recompensa" (12).


III. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (13). ¡Tantas veces le hemos oído en la intimidad de nuestro corazón!

El misterio que hoy celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (14). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (15). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. "No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso" (16). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados (17).

Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso, al final del camino. Y cuando llegue aquella hora // en que se cierren mis humanos ojos, // abridme otros, Señor, otros más grandes // para contemplar vuestra faz inmensa. // ¡Sea la muerte un mayor nacimiento! (18), el comienzo de una vida sin fin.


(1) Antífona de comunión. 1 Jn 3, 2.-  (2) Cfr. Mt 16, 24 ss.-  (3) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 45, a. 1, c.-  (4) PABLO VI, Alocución 8-IV-1966.-  (5) SAN LEON MAGNO, Homilía sobre la Transfiguración, 3.-  (6) Mt 17, 1-3.-  (7) Mt 17, 4.-  (8) Cfr. Mc 9, 6.-  (9) Mt 17, 5.-  (10) Segunda lectura. 2 Pdr 1, 16-18.-  (11) JUAN PABLO II, Homilía 27-II-1983; cfr. Audiencia general 27-V-1987.-  (12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 1030.-  (13) Mt 17, 5.-  (14) Rom 8, 16-17.-  (15) Rom 8, 18.-  (16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 132.-  (17) 1 Pdr 3, 13-14.-  (18) J. MARAGALL, Canto espiritual, en Antología poética, Alianza, Madrid 1985, p. 185.


* Desde muy antiguo se celebraba esta fiesta del Señor, en esta misma fecha, en diversos lugares de Oriente y Occidente. En el siglo XV, el Papa Calixto III la extendió a la Iglesia entera. La Liturgia nos recuerda el milagro de la Transfiguración por dos veces durante el año: en el segundo domingo de Cuaresma para afirmar la divinidad de Cristo al acercarse su Pasión, y hoy para festejar la exaltación de Cristo en su gloria. La Transfiguración del Señor es, además, un anticipo de lo que será la gloria del Cielo, donde veremos a Dios cara a cara. En virtud de la gracia participamos ya de esa promesa de la vida eterna.

MÚSICA




FILMOGRAFÍA






O R A C I Ó N





Muéstrate, por fin, Señor.

No permanezcas por más tiempo 

oculto a nuestros ojos.

No guardes silencio más días.
¿Hasta cuándo vamos a caminar entre tinieblas, 
cansados, desorientados y abatidos?
Desata tu brazo, Señor, desata tu poder 
y sal en defensa del pobre y oprimido.
Tiende tus brazos a los que vacilan, 
hazte encontradizo a los que te buscan, 
sorprende a los que te huyen.
No permitas que se blasfeme tu nombre, 
diciendo: es el azar, 
es el inconsciente, 
es la materia.
¿Acaso el que ha hecho el oído... no oye? 
¿No ve el que se ha inventado los ojos?
Los pensamientos de todos los hombres 
están en tu ordenador, 
todas sus palabras están registradas.
Bienaventurado 
el que se deja enseñar por tu palabra.
Dichosos los que no ven y creen.
Sin estar en la seguridad social, están seguros.
Sin necesidad de tranquilizantes, 
dormirán tranquilos y vivirán en paz.
Porque tú, Señor, 
eres nuestro Padre 
y nos quieres. 

domingo, 17 de julio de 2016




Apóstol Santiago / @ Xosé Castro


En la Biblia se alude habitualmente a él bajo el nombre de Jacobo, término que pasó al latín como Iacobus y derivó en nombres como Iago, Tiago y Santiago (sanctus Iacobus). Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor fue uno de los primeros discípulos en derramar su sangre y morir por Jesús. Miembro de una familia de pescadores, hermano de Juan Evangelista -ambos apodados Boanerges (‘Hijos del Trueno’), por sus temperamentos impulsivos- y uno de los tres discípulos más cercanos a Jesucristo, el apóstol Santiago no solo estuvo presente en dos de los momentos más importantes de la vida del Mesías cristiano -la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los Olivos-, sino que también formó parte del grupo restringido que fue testigo de su último milagro, su aparición ya resucitado a orillas del lago de Tiberíades. Tras la muerte de Cristo, Santiago, apasionado e impetuoso, formó parte del grupo inicial de la Iglesia primitiva de Jerusalén y, en su labor evangelizadora, se le adjudicó, según las tradiciones medievales, el territorio peninsular español, concretamente la región del noroeste, conocida entonces como Gallaecia. Algunas teorías apuntan a que el actual patrón de España llegó a las tierras del norte por la deshabitada costa de Portugal. Otras, sin embargo, dibujan su camino por el valle del Ebro y la vía romana cantábrica e incluso las hay que aseguran que Santiago llegó a la Península por la actual Cartagena, desde donde enfiló su viaje hasta la esquina occidental del mapa.
Tras reclutar a los siete varones apostólicos, que fueron ordenados obispos en Roma por san Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, según los textos apócrifos, para, junto a los grandes discípulos de Jesús, acompañar a la Virgen en su lecho de muerte. Allí fue torturado y decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea. Los supuestos testamentos relatan que, antes de morir, María recibió la visita de Jesús resucitado, a quién le pidió pasar sus últimos días rodeada de los apóstoles, que se encontraban dispersos por todo el mundo. Su hijo le permite que sea ella misma, a través de apariciones milagrosas, la que avise a los discípulos y, de esta forma, la Virgen se hace presente sobre un pilar de Zaragoza frente al apóstol Santiago y los siete varones, episodio hoy venerado en la basílica de Nuestra Señora del Pilar.
Fueron estos siete discípulos, relata la leyenda, los que, tras escaparse aprovechando la oscuridad de la noche, trasladaron el cuerpo del apóstol Santiago en una barca hasta Galicia, adonde arribaron a través del puerto de Iria Flavia (actual Padrón). Los varones depositaron el cuerpo de su maestro en una roca -que fue cediendo y cediendo, hasta convertirse en el Sarcófago Santo- para visitar a la reina Lupa, que entonces dominaba desde su castillo las tierras donde ahora se asienta Compostela, y solicitarle a la poderosa monarca pagana tierras para sepultar a Santiago. La reina acusó a los recién llegados de pecar de soberbia y los envió a la corte del vecino rey Duyos, enemigo del cristianismo, que acabó encerrándolos. Según la tradición, un ángel -en otros relatos, un resplandor luminoso y estrellado- liberó a los siete hombres de su cautiverio y, en su huida, un nuevo milagro acabó con la vida de los soldados que corrían tras ellos al cruzar un puente. Pero no fue el único contratiempo con el que se toparon los varones. Los bueyes que les facilitó la reina para guiar el carro que transportaría el cuerpo de Santiago a Compostela resultaron ser toros salvajes que, sin embargo, también milagrosamente, fueron amansándose solos a lo largo del camino. Lupa, atónita ante tales episodios, se rindió a los varones y se convirtió al cristianismo, mandó derribar todos los lugares de culto celta y cedió su palacio particular para enterrar al Apóstol. Hoy se erige en su lugar la catedral de Santiago.
No fue hasta ocho siglos más tarde, en el año 813, cuando un ermitaño llamado Paio alertó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, de la extraña y potente luminosidad de una estrella que observó en el monte Libredón (de ahí el nombre de Compostela, campus stellae, ‘Campo de la Estrella’). Bajo la maleza, al pie de un roble, se encontró un altar con tres monumentos funerarios. Uno de ellos guardaba en su interior un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo. A su lado, un letrero rezaba: «Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé». El religioso, por revelación divina, atribuyó los restos óseos a Santiago, Teodoro y Atanasio, dos de los discípulos del Apóstol compostelano, e informó del descubrimiento al rey galaico-astur Alfonso II el Casto, que, tras visitar el lugar, nombró al Apóstol patrón del reino y mandó construir una iglesia en su honor. Pronto se extendió por toda Europa la existencia del sepulcro santo gallego y el apóstol Santiago se convirtió en el gran símbolo de la Reconquista española. El rey de Asturias fue solo el primero de toda la marea de peregrinos que vinieron después.
La autenticidad de los restos del apóstol Santiago ha generado, sin embargo, no pocos y encendidos debates y protagonizado meticulosas investigaciones. El inverosímil traslado  -por la dificultad que supone – del cuerpo del discípulo de Jesúshasta suelo gallego es solo una de las muchas lagunas de una tradición que se mueve entre el rigor histórico y las leyendas mágicas. Estudios arqueológicos han demostrado que Compostela era una necrópolis precristiana, pero jamás se han practicado investigaciones científicas sobre los restos que custodian los muros de la Catedral, hasta el punto de que algunos investigadores incluso han atribuido tales reliquias óseas a Prisciliano de Ávila, el obispo hispano acusado de herejía.
Sin embargo, la historia de los huesos del Apóstol no acaba aquí. Una vez descubiertas y honradas con un templo cristiano, las reliquias no pararon quietas mucho tiempo. Según la tradición oral, en el siglo XVI tuvieron que ser escondidas para evitar la profanación de los piratas que amenazaron la ciudad compostelana tras desembarcar en el puerto de A Coruña (mayo de 1589). Las excavaciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX, al perderse la pista de los restos de Santiago, revelaron la existencia de un escondite -dentro del ábside, detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construido los discípulos- de 99 centímetros de largo y 30 de ancho, donde se ocultaron, y se perdieron, durante años, los huesos del Apóstol. En 1884 el papa León XIII reconoció oficialmente este segundo hallazgo.


Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo. El y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret.

Recibieron de Cristo el nombre "Boanerges", significando hijos del trueno, por su impetuosidad.
En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo. Fue uno de los tres Apóstoles testigos de la Transfiguración y luego Jesús le invitó, también con Pedro y Santiago, a compartir mas de cerca Su oración en el Monte de los Olivos.
Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva.  Según una antigua tradición, Santiago el Mayor se fue a España. Primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego a la cuidad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como los "Siete Convertidos de Zaragoza".  Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España.
En los Hechos de los Apóstoles descubrimos fue el primer apóstol martirizado. Murió asesinado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Según una leyenda, su acusador se arrepintió antes que mataran a Santiago por lo que también fue decapitado. Santiago es conocido como "el Mayor", distinguiéndolo del otro Apóstol, Santiago el Menor.
La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España).  Su restos mortales están en la basílica edificada en su honor en Santiago de Compostela. En España, Santiago es el mas conocido y querido de todos los santos.  En América hay numerosas ciudades dedicadas al Apóstol en Chile, República Dominicana, Cuba y otros países.

Santiago y la Virgen María
Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y también preparó su llegada al "Nuevo Mundo". El es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.
En 1519, Cortes llegó a Veracruz, y en Lantigua construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago Apóstol en el continente Americano. También en 1521, cuando México fue conquistada, Cortes construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada Concepción.
En 1981, se reportó el comienzo de las apariciones de Nuestra Señora en Medjugorie bajo el titulo "Reina de la Paz". Ya Santiago Apóstol se había hecho presente. Unos años antes, se había construido una Iglesia en ese lugar dedicada a Santiago Apóstol. Santiago siendo el Apóstol de la Paz, lleva en sus manos las llaves para abrir la puerta que traería la paz a Medjugorie.
Santiago Apóstol ha preparado el camino para que el mundo reconozca a la Virgen Santísima como "Pilar" de nuestra Iglesia.
www.corazones.org/santos/

Oraciones

Novena a Santiago Apóstol el Mayor

Oraciones para cada día. Del 16 al 24 de julio 


Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net 



Por la señal de la Santa Cruz, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios y Señor infinitamente Misericordioso, sin cuyo auxilio nada podemos, y nada valen nuestras obras, dignaos, Señor, concederme que os sea agradable este culto que deseo rendir a vuestro amado discípulo.  No miréis,  Señor piadosísimo, la gravedad de mis culpas, que humildemente os confieso. Perdonádmelas Señor, por la Pasión y Muerte de de vuestro Santísimo Hijo y dulcísimo Redentor mío, por las lágrimas de su Purísima Madre, y por el martirio de vuestro Apóstol, pues de todo corazón me pesa haberos ofendido, por ser quien sois infinitamente amable, poderoso y justo. Quisiera antes morir, que haber agraviado a vuestra inmensa Majestad; propongo firmísimamente enmendarme con vuestra gracia, que espero de vuestra misericordia, y hacer por ella todo lo posible para vivir y morir como hijo de la Santa Madre Iglesia y devoto del Apóstol Santiago, y mereceros alabaros con él eternamente en la Gloria, Amén.
ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS
O fidelísimo discípulo del Divino Maestro Jesucristo, que mereciste os escogiese por una de las primeras columnas de la Iglesia, y por fundador y patrono de las de España, que por vuestra predicación y merecimientos recibió la fe católica, y espera mantenerla hasta el fin del mundo, ¡Oh padre y protector de todos los fieles!, aclamado seáis en todas las naciones, os pido me alcancéis las gracias que tanto necesito. Confirmadme en la fe y en el santo temor de Dios que tanto necesito. Interceded por mi ante el Todo Poderoso para que me otorgue el favor que os pido en esta novena y así tener un motivo más para daros gracias en la Gloria. Amén.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Dios suplicámoste nos concedas, que por medio de la protección de tu amado Apóstol, lleguemos a gozar de la paz eterna. Amén.
DÍA PRIMERO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Gloriosísimo Apóstol que a la primera voz con que el Divino Maestro os llamó para discípulo suyo, os resolviste prontísimamente a seguirlo, abandonando con ánimo generoso las conveniencias esperanzas del mundo por entregaros enteramente a la voluntad y servicio del Señor; infinitas gracias doy a su Majestad por ese singular beneficio que os hizo, y a vos os ensalzo por la puntualísima obediencia y fidelidad con que le habéis correspondido. Bien veis cuan metido me hallo en las redes de mis pasiones, preso de mi amor propio y atado a mis temporales intereses, que me impiden seguir a Dios y atender a sus amorosos llamamientos. Alcanzadme del Señor una alentada resolución como la vuestra, para romper estos lazos, y desembarazarme de todos los apegos que me estorben para servir a Dios; dadme una rendida atención a las divinas inspiraciones para aplicarlas y obedecerlas como vos lo hicisteis. Promoved y fortaleced la fe, la fidelidad y aún la felicidad temporal de la Iglesia. Para que imitándoos en seguir a Cristo acá en la tierra, os acompañemos también en gozar de su vista en la Gloria. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA SEGUNDO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Invicto defensor de la fe a quien el Divino Maestro distinguió con el renombre de “hijo del trueno”, profetizando los fogosos incendios de caridad con que habíais de consumir la idolatría en las tierras a donde llevasteis la luz del Evangelio, añadid a ese imponderable beneficio el de alcanzarme de Dios eficaces auxilios para que yo desempeñe adecuadamente el nombre de cristiano, cumpliendo exactamente con las obligaciones que con él hemos contraído, para que en el día del juicio el Divino Pastor no nos desconozca como sus ovejas. Ayudadnos a mantenernos siempre triunfantes de enemigos visibles e invisibles, para mayor gloria de Dios, y así hacernos dignos de acompañaros en la Patria Celestial. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA TERCERO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Dichosísimo Apóstol, que por la fiel correspondencia a los favores del Todo Poderoso Jesús, os hicisteis de sus altas confianzas, y de que se acompañase de vos para las obras de su Omnipotencia, llevándoos consigo para testigo de la portentosa Resurrección de la hija de Jayro, yo os suplico rendidamente por esta particular distinción, que su Majestad hizo en vos, presentéis al Señor mi pobre alma, quizá muerta por la culpa, o al menos lastimosamente débil y lánguida por su tibieza, para que su infinita piedad la resucite a la vida de la gracia, la fortalezca e infunda un nuevo y vigoroso espíritu, con la que en adelante le sirva con mayor fervor y más vivo deseo de su mayor honra. Haced lo mismo con todos los infelices que están en pecado mortal, para que lleguen vivas a la presencia del Señor en la gloria. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA CUARTO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Dilectísimo Ministro de la Majestad Suprema de Dios, y tan favorecido del Soberano Jesús, que no quiso en la tierra manifestar la Gloria de su maravillosa Transfiguración, sin que vos fueseis participante de ella, yo os suplico encarecidamente por aquel gozo, que tuvisteis en el Tabor, cuando visteis en él reducida a un breve mapa la bienaventuranza eterna, que así como para subir a la cumbre, en que merecisteis gozarla, os confundiste con la abnegación de vos mismo, el desprecio del mundo y una rendida obediencia a los preceptos de Jesucristo, por los mismos medios me disponga a recibir del Señor una luz, con que mas claramente conozca y contemple en esta vida sus perfecciones y altísimos atributos, para que cada vez más y más enamorada de aquella incomprensible hermosura, desprecie por ella todas cuantas delicias me pueda ofrecer la tierra, y ponga todos mis cuidados en conseguir las del cielo. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA QUINTO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Benignísimo Apóstol y amado del salvador del mundo, que no quiso apartaros de su lado en las agonías que padeció en el Huerto, y le debisteis la dulce piedad de disimularos que estuvieseis durmiendo mientras su Majestad, desangrándose en sudor copioso, estaba orando; yo os suplico humildemente, que así como vos, recobrado de aquel sueño supisteis pagar al Señor aquel descanso con las fatigas, desvelos y sudores de vuestro apostólico ministerio, hasta dar la vida por Él, que la había dado por vos, así yo, considerando la gran pérdida de tiempo que diariamente hago al estar dormido para el cuidado de mi alma y demasiadamente despierto para las cosas del mundo, abra desde ahora los ojos, para ver con ellos cuan lejos voy del camino que el Maestro nos ha enseñado y conciba un propósito eficacísimo de desvelarme más por mi salvación y no perdonarme fatiga, ni sudor alguno, que me conduzca hacia el bien espiritual de mi alma y así merecer con vos el eterno descanso.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA SEXTO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Esforzadísimo campeón de la Santa Madre Iglesia, os suplico rendidamente, que así como supisteis plantar en tierras lejanas la verdadera religión de Jesucristo, cuidéis de conservarla en mí y en tantos otros que sinceramente buscan conocer la única Verdad.  No ignoráis, santo mío, que en mí, y quizá en muchísimos, está muy apagada (o como muerta) la Fe, por falta de obras dignas del carácter de legítimos hijos de Dios. Sacad la espada contra nuestros rebeldes apetitos que nos tienen en cruel cautiverio. Rescatadnos de la mísera esclavitud de nuestras pasiones, bárbaramente dominantes. Alcanzadnos, del Divino Maestro, una nueva conversión, para que la penitencia y el continuo ejercicio de las virtudes nos acrediten ser dignos miembros de la Militante, y en el futuro, de la Triunfante Iglesia. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA SÉPTIMO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Afortunadísimo apóstol, tan favorecido por la Reina del Cielo, María Santísima, que merecisteis, estando aún ella en esta vida, viniera desde Jerusalén a visitaros, fortaleceros y significaros, que era gusto de Dios, y suyo, le erigieseis en Zaragoza un templo, que fue el primero, que en el orbe cristiano se vio consagrado a la verdadera y única Deidad y a la que le dio el humano ser, yo os suplico, por el mérito y el consuelo que tuvisteis al ejecutar tan dulce y tan hermoso precepto, consagréis también mi corazón en templo de María Santísima, y le hagáis firmísima columna, sobre la cual esté siempre dignamente colocada y servida de mis potencias y sentidos, como amabilísima Madre y poderosísima Señora.  Haced (tiernísimo devoto de esta gran Reina) que todos os imitemos en amarla y en servirla, para que así como se dignó visitaros en vida, así en ella, y en la hora de nuestra muerte nos visite y asista hasta ponernos seguros en la Gloria. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA OCTAVO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Constantísimo soldado de Jesucristo, que por servirle leal y valerosamente, no sosegasteis hasta derramar gustosamente vuestra sangre, y rendir por Él vuestra cabeza al cuchillo, yo os agradezco y alabo por esa heroica constancia, y os suplico rendidamente interceded la entereza que necesito, para estar pronto a perder antes mil vidas que faltar a la fidelidad que le debo a mi Dios y Creador. Ved, santo mío, que en mi alma, y en la de tantos otros, hay mucho que sanar y convertir.  Alcanzadnos, del Divino Maestro, la salvación y conversión. Alentad y confortad nuestro espíritu para que sepa resistir firmemente los combates con el enemigo, y perder cuanto sea necesario, honra, hacienda y vida, antes que perder la gracia, perseverando siempre en ella, hasta poseer la Gloria. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.
DÍA NOVENO
Comenzar con el acto de contrición y la oración para todos los días.
ORACIÓN: Suavísimo bienhechor, por vuestra intercesión y protección alcanzadme de Dios Padre de las Misericordias, el perdón de los muchos delitos con que lo he ofendido, alcanzadme la gracia de que el maligno enemigo no tenga más poder sobre mi, los dones que nos sean necesarios para vencer nuestras pasiones. Ayudadme para que os imite en los méritos dignos de premio eterno, para que solicite la honra que vos tuvisteis de servirle en la tierra, y así gozarle con vos y los demás bienaventurados en la gloria. Amén.
Rezar tres Padrenuestros y tres Ave Marías.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

BIBLIOGRAFÍA


Santiago el Mayor

Otto HophanBiografíasColección: dBolsillo



Sinopsis

Al inicio del Año Jubilar Jacobeo, es preciso recordar la figura de Santiago el Mayor, hermano de San Juan, pescador del mar de Galilea, apóstol de Jesucristo y mártir en el año 42.
El apóstol Santiago, como San Andrés con su hermano San Pedro, se ve eclipsado por la luz de su hermano más ilustre, San Juan. Sin embargo, es una estrella que brilla con luz propia en el firmamento de los mártires que dieron su vida por Cristo en los primeros años del cristianismo.
La Iglesia recuerda ahora -en el Año Jubilar que comienza- la figura de este gran apóstol, cuya vida terminó en martirio pocos años después que su Maestro, Jesús de Nazaret. Una existencia corta, pero cargada de frutos universales.


FILMOGRAFÍA

Director: Alan Coton
Sinopsis: Santiago Apóstol es una producción original de Beverly Hills Production. Filmada en los desiertos de Almería en España y en los monasterios y paisajes de Galicia. Esta historia épica, ambientada en el año 40 AD, narra la vida y legado del apóstol Santiago, quien por su valentía y nobleza se convirtió en el patrón de España y su legado es honrado por millones de peregrinos que de todas partes del mundo visitan anualmente su tumba por el camino de Santiago. 
Esta gran producción de Jose Manuel Brandariz está integrada por un elenco de lujo encabezado por Julian Gil (Santiago Apóstol), y grandes figuras como Jorge Aravena, Alexis Ayala, Aroldo Betancourt, Isabel Blanco, Marcelo Cordoba, Chistian De La Campa, Francisco de la O, Scarlet Gruber, Josse Narváez, Roberto Manrique, Anastasia Mazzone, Scarlet Ortiz, Marco De Paula, Ana Obregon, Julio Pereira, Ivonne Reyes, Ana Lorena Sánchez, Alejandro Sirvent, Zalvador Zerboni y muchas otras reconocidas figuras respaldadas por más de 500 extras y producida con la mejor cinematografía de la industria.

lunes, 11 de julio de 2016

16 de julio, Nuestra Señora del Carmen


Nuestra Señora del Carmen, esta advocación surgió en la orden de los carmelitas, que en sus inicios vivian en el monte Carmelo en Tierra Santa, tenían como patrones de su orden a San Elias y a San Eliseo, además de una gran devoción por la Santísima Virgen María, está orden el siglo XIII volvío a Europa donde tuvo lugar la aparición de la Virgen al superior de la orden llamado Simón Stock, al que le hace entrega del escapulario y da promesas a quienes lo porten devotamente. El culto a esta advocación es uno de los más extendidos, su fiesta es el 16 de julio, es patrona de Chile gracias a que intercesión permitió el triunfo patriota en la Batalla de Maipú.


EL ESCAPULARIO DE LA VIRGEN DEL CARMEN

Quienes reciben la imposición de este Escapulario y lo visten habitualmente, necesitan saber las razones que la iglesia ha tenido para autorizarlo y recomendarlo, bendiciendo e indulgenciando a sus devotos.

        De este modo lograrán que les sirva de medio en su perfeccionamiento en la fe de Cristo y alcanzarán con más facilidad la saludable ayuda de la Virgen Santísima, Madre espiritual y medianera de todas las gracias, a la que pretenden honrar. Ella, a los que vivan esta común consagración carmelitana, significada en el Escapulario, los conducirá a una más plena participación de los frutos del Misterio Pascual.

        El Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. Nos lo dio La Santísima Virgen. Se lo entregó al General de la Orden del Carmen; San Simón Stock, según la tradición, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno».

        Alude a este hecho el Papa Pío XII cuando dice: «No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen».

Privilegio sabatino

        También reconocida por Pío XII, existe la tradición de que la Virgen, a los que mueran con el Santo Escapulario y expían en el Purgatorio sus culpas, con su intercesión hará que alcancen la patria celestial lo antes posible, o, a más tardar, el sábado siguiente a su muerte.

Resumen de las promesas

        1. Morir en gracia de Dios.

        2. Salir del Purgatorio lo antes posible.

Interpretación

        Alcanzar estas promesas supone siempre el esfuerzo personal colaborando con la gracia de Dios. Nos lo enseña con toda claridad el Concilio Vaticano II: «La verdadera devoción... procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».

Ayuda en la vida

        Tanto en los peligros espirituales como en los corporales. Hay muchos hechos que lo atestiguan.

Vinculaciones

        El que recibe el Escapulario es admitido en la familia de la Madre de Dios y de la Orden Carmelitana.

        Por ello participa de los privilegios, gracias e indulgencias que los Sumos Pontífices han concedido a la Orden del Carmen.

        Se beneficia, además, de los méritos, de las penitencias y de las oraciones que se hacen en todo el Carmelo.

Objetivo

        Ir más fácilmente a Jesús, según la enseñanza del Concilio Vaticano II: «Los oficios y los privilegios de la Santísima Virgen,siempre tienen por fin a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad».

        Por eso afirmó Pío XII que «nadie ignora, ciertamente, de cuánta eficacia sea para avivar la fe católica y reformar las costumbres, el amor a la Santísima Virgen, Madre de Dios, ejercitado principalmente mediante aquellas manifestaciones de devoción, que contribuyen en modo particular a iluminar las mentes con celestial doctrina y a excitar las voluntades a la práctica de la vida cristiana. Entre éstas debe colocarse, ante todo, la devoción del Escapulario de los carmelitas».

Es una devoción y una forma de culto

        Prueban lo primero, incluyéndolo entre las prácticas y ejercicios de piedad marianas, recomendados por el Concilio Vaticano II, las palabras de Pablo VI: «Creemos que entre estas formas de piedad mariana deben contarse expresamente el Rosario y el uso devoto del ESCAPULARIO DEL CARMEN». Y añade tomando las afirmaciones de Pío XII: «Esta última práctica, por su misma sencillez y adaptación a cualquier mentalidad, ha conseguido amplia difusión entre los fieles con inmenso fruto espiritual».

        También destaca entre las más antiguas formas de culto, especial y necesario a María Santísima, que cooperan a que «al ser honrada la Madre, sea mejor conocido, amado, glorificado el Hijo, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandarniento» (L.G. 66). La celebración de la Virgen del Carmen, 16 de julio, está entre las fiestas «que hoy, por la difusión alcanzada, pueden considerarse verdaderamente eclesiales» (Marialis Cultus 8).

        «Este culto se convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica» (M. C. 32).

Espiritualidad

        Quien entra en comunión con la familia consagrada al amor, a la veneración y al culto a María, queda señalado con un peculiar carácter mariano de espíritu de oración y contemplación, de los diversos modos de apostolado y de la vida misma de abnegación. Asume también un compromiso de imitar a María.

        Este don de la Virgen es signo de las muchas gracias que puede ella conceder, como consecuencia de su privilegiada e íntima participación en la historia de la salvación.

        Entraña, pues, la experiencia de unas vivencias marianas y espirituales. Ya que «ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles... porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios» (M. C. 35).

Compromiso

        Vida mariana. Es decir: Vivir en obsequio de Jesucristo y de su Madre. Nuestra vida ha de estar informada por la luz y el amor de María, unido estrechamente al de Cristo. El fruto del Escapulario consistirá en que quien lo lleve se esfuerce eficazmente en la imitación de las virtudes de la Santísima Virgen.

        Representa la participación en el carisma de la Orden de¡ Carmen, siendo señal como de un contrato entre la Virgen y nosotros, por el cual Ella nos protege y nosotros le estamos consagrados.

La Medalla escapulario

        Está autorizado su uso con tal de que por un lado lleve la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y por el otro una de la Santísima Virgen: La imposición debe realizarse con Escapulario de tela. A pesar de ello, el mismo San Pío X, al conceder esta dispensa, recomendó el uso del Escapulario de tela. Este es más simbólico, por ser una expresión abreviada del hábito del Carmen,

Indulgencias

        Se puede ganar indulgencia plenaria:

        1.- El día que se inscribe en la Cofradía.

        2.- En la Solemnidad de la Sma. Virgen del Carmen, el 16 de         julio.

        3.- En la festividad de San Simón Stock, el 16 de mayo.

        4.- En la festividad de San Elías, Profeta, el 20 de julio.

        5.- En la festividad de Santa Teresa de Jesús, el 15 de octubre.

        6.- En la festividad de San Juan de la Cruz, el 14 de diciembre.

        7.- En la festividad de Sta. Teresita del Niño Jesús, el 1 de         octubre.

        8.- En la festividad de Todos los Santos de la Orden, el 14 de         noviembre.

Los signos en la vida humana

        Vivimos en un mundo hecho de realidades materiales llenas de simbolismo: la luz, el fuego, el agua...

        Existen también, en la vida de cada día experiencias de relación entre los seres humanos, que expresan y simbolizan cosas más profundas, como el compartir la comida (signo de amistad), participar en una manifestación masiva (signo de solidaridad), celebrar juntos un aniversario nacional (símbolo de identidad).

        Tenemos necesidad de signos o símbolos que nos ayuden a comprender y vivir hechos de hoy o de ayer, y nos den conciencia de que somos como personas y como grupos.

Los signos en la vida Cristiana

        Jesús es el gran don y signo del amor del Padre. Él estableció la Iglesia como signo e instrumento de su amor. En la vida cristiana hay también signos. Jesús los utilizó: el pan, el vino, el agua, para hacernos comprender realidades superiores que no vemos ni tocamos.

        En la celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos (Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Matrimonio, Orden Sacerdotal, Unción de los enfermos) los símbolos (agua, aceite, imposición de las manos, anillos) expresan su sentido y nos introducen en una comunicación con Dios, presente a través de ellos.

        Además de los signos litúrgicos, existen en la Iglesia otros, ligados a un acontecimiento, a una tradición, a una persona. Uno de ellos es el Escapulario del Carmen.

El Escapulario. Un signo Mariano

        Uno de los signos de la tradición de la Iglesia, desde hace siete siglos, es el Escapulario de la Virgen del Carmen. Es un signo aprobado por la Iglesia y aceptado por la Orden del Carmen como manifestación externa de amor a María, de confianza filial en ella y como compromiso de imitar su vida.

        La palabra "escapulario" indica un vestido superpuesto, que llevaban los monjes durante el trabajo manual. Con el tiempo se le fue dando un sentido simbólico: el de llevar la cruz de cada día, como discípulos y seguidores de Jesús.

        En algunas Órdenes religiosas, como en el Carmelo, el Escapulario se convirtió también en signo de su manera de ser y de vivir.

        El Escapulario pasó a simbolizar la dedicación especíal de los carmelitas a María, la Madre del Señor, y a expresar la confianza en su protección maternal; el deseo de imitar su vida de entrega a Cristo y a los demás. Se transformó en un signo mariano.

De las Órdenes Religiosas al pueblo de Dios

        En la Edad Media, muchos cristianos quisieron asociarse a las Órdenes religiosas fundadas entonces: Franciscanos, Dominicos, Agustinos, Carmelitas. Surgió un laicado asociado a ellas, por medio de Cofradías o Hermandades. Todas las Ordenes religiosas quisieron dar a los laicos un signo de su afiliación y participación en su espíritu y en su apostolado. Ese signo era una parte de su hábito: la capa, el cordón, el escapulario.

        Entre los carmelitas se llegó a establecer el escapulario reducido en tamaño, como la señal de pertenencia a la Orden y la expresión de su espiritualidad.

El valor y el sentido del Escapulario

        El Escapulario hunde sus raíces en la tradición de la Orden, que lo ha interpretado como signo de protección materna de María. Tiene, en sí mismo, a partir de esa experiencia plurisecular, un sentido espiritual aprobado por la Iglesia.

        Representa el compromiso de seguir a Jesús, como María, el modelo perfecto de todo discípulo de Cristo. Este compromiso tiene su origen en el bautismo que nos transforma en hijos de Dios.

La Virgen nos enseña a:

        Vivir abiertos a Dios y a su voluntad, manifestada en los acontecimientos de la vida. 
Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida, a creer en ella y a poner en práctica sus exigencias 
Orar en todo momento, descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias
Vivir cercanos a las necesidades de nuestros hermanos y a solidarizarnos con ellos. 
Introduce en la fraternidad del Carmelo, comunidad de religiosos y religiosas, presentes en la Iglesia desde hace más de ocho siglos, y compromete a vivir el ideal de esta familia religiosa: la amistad íntima con Dios en la oración.

        Coloca delante el ejemplo de los santos y santas del Carmelo, con los que se establece una relación familiar de hermanos y hermanas.

        Expresa la fe en el encuentro con Dios en la vida eterna, mediante la ayuda de la intercesión y protección de María.

Normas prácticas

        El escapulario es impuesto, sólo la primera vez, por un sacerdote o por una persona autorizada

        Puede ser sustituido por una medalla que tenga por una parte la imagen del Sgdo. Corazón y por otra la de la Virgen

        El Escapulario exige un compromiso cristiano auténtico: vivir de acuerdo con las enseñanzas del evangelio, recibir los sacramentos y profesar una devoción especial a la Sma. Virgen que se expresa, al menos, con la recitación cotidiana de tres avemarías.

Fórmula Breve para la imposición del escapulario

        Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús, a quien te comprometes a imitar. Que este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu dedicación al servicio de los demás y a la imitación de María.

        Llévalo como señal de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a empeñarte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda a su plan de fraternidad, justicia y paz.

El Escapulario del Carmen

NO ES:

        Un signo protector mágico

        Una garantía automática de salvación.

        Una dispensa de vivir las exigencias de la vida cristiana.

ES UN SIGNO:

        Aprobado por la Iglesia desde hace siete siglos.

        Que representa el compromiso de seguir a Jesús como María:

Abiertos a Dios y a su voluntad. 
Guiados por la fe, la esperanza y el amor. 
Cercanos a las necesidades de los demás. 
Orando en todo momento y descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias.

        Que introduce en la familia del Carmelo.

        Que aumenta la esperanza del encuentro con Dios en la vida eterna con la ayuda de la protección e intercesión de María.

Fuente: Fluvium.org

SALVE MARINERA









ORACIONES

Novena a la Virgen del Carmen


ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios mío y Señor mío, postrado delante de vuestra Majestad Soberana, con todo mi ser, con toda mi alma y todo mi corazón te adoro, confieso, bendigo, alabo y glorifico. A ti te reconozco por mi Dios y mi Señor; en Ti creo, en Ti espero y en Ti confío me has de perdonar mis culpas, y dar tu gracia y perseverancia en ella, y la gloria que tienes ofrecida a los que perseveran en tu amor. A Ti amo sobre todas las cosas. A Ti confieso mi suma ingratitud y todas mis culpas y pecados, de todo lo cual me arrepiento y te pido me concedas benignamente el perdón. Pésame, Dios mío, de haberos ofendido, por ser Vos quien sois. Propongo firmemente, ayudado con vuestra divina gracia, nunca más pecar, apartarme de las ocasiones de ofenderos, confesarme, satisfacer por mis culpas y procurar en todo serviros y agradaros. Perdóname, Señor, para que con alma limpia y pura alabe a la santísima Virgen, Madre vuestra y Señora mía, y alcance por su poderosa intercesión la gracia especial que en este Novena pido, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y provecho de mi alma. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre también de los pecadores, y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario; por lo que su divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que pido en esta Novena, si conviene para su mayor honra y gloria, y bien de mi alma: que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa, y quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente; y uniendo mis voces con sus afectos, te saludo una y mil veces, diciendo: (rezar tres avemarías)

Rezar a continuación la oración del día que corresponda:


DÍA PRIMERO 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que fuiste figurada en aquella nubecilla que el gran Profeta de Dios, Elías, vio levantarse del Mar, y con su lluvia fecundó copiosamente la tierra, significando la purísima fecundidad con que diste al mundo a tu querido Hijo Jesús, para remedio universal de nuestras almas: te ruego, Señora, me alcances de su majestad copiosas lluvias de auxilios, para que mi alma lleve abundantes frutos de virtudes y buenas obras, a fin de que sirviéndole con perfección en esta, vida, merezca gozarle en la eterna. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

__________
DÍA SEGUNDO 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que por tu singular amor a los Carmelitas los favoreciste con tu familiar trato y dulces coloquios, alumbrándolos con las luces de tu enseñanza y ejemplo de que dichosamente gozaron. Te ruego, Señora, me asistas con especial protección, alcanzándome de tu bendito Hijo Jesús luz para conocer su infinita bondad y amarle con toda mi alma; para conocer mis culpas y llorarlas para saber como debo comportarme a fin de servirle con toda perfección; y para que mi trato y conversación sean siempre para su mayor honra y gloria y edificación de mis prójimos. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

__________
DÍA TERCERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que te dignaste admitir con singular amor el obsequio filial de los Carmelitas, que entre todos los mortales fueron los primeros que en tu honor edificaron un templo en el Monte Carmelo, donde concurrían fervorosos a darte culto y alabanza. Te ruego, Señora, me alcances sea mi alma templo vivo de la Majestad de Dios, adornado de todas las virtudes, donde El habite siempre amado, adorado y alabado por mi, sin que jamás le ocupen los afectos desordenados de lo temporal y terreno. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

DÍA CUARTO 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para mostrar tu especialísimo amor a los Carmelitas les honraste con el dulce nombre de hijos y hermanos tuyos, alentando con tan singular favor su confianza, para buscar en ti, como en amorosa Madre, el remedio, el consuelo y el amparo en todas sus necesidades y aflicciones, moviéndoles a la imitación de tus excelsas virtudes. Te ruego, Señora, me mires, como amorosa Madre y me alcances la gracia de imitarte, de modo que dignamente pueda yo ser llamado también hijo tuyo, y que mi nombre sea inscrito en el libro de la predestinación de los hijos de Dios y hermanos de mi Señor Jesucristo. Así Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

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DÍA QUINTO 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para defender a los Carmelitas, tus hijos, cuando se intentaba extinguir la sagrada Religión del Carmen, mostrando siempre el amor y singular predilección con que los amparas, mandaste al Sumo Pontífice, Honorio III, los recibiese benignamente y confirmase su instituto, dándole por señal de que esta era tu voluntad y la de tu divino Hijo, la repentina muerte de dos que especialmente la contradecían. Te ruego, Señora, me defiendas de todos mis enemigos de alma y cuerpo, para que con quietud y paz viva siempre en el santo servicio de Dios y tuyo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

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SEXTO DÍA 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para señalar a los Carmelitas por especiales hijos tuyos, los enriqueciste con la singular prenda del santo escapulario, vinculando en él tantas gracias y favores para con los que devotamente lo visten y cumpliendo con sus obligaciones, procuran vivir de manera que imitando tus virtudes, muestran que son tus hijos. Te ruego, Señora, me alcances la gracia de vivir siempre como verdadero cristiano y cofrade amante del santo escapulario, a fin de que merezca lograr los frutos de esta hermosa devoción. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

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DÍA SÉPTIMO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que en tu santo Escapulario diste a los que devotamente lo visten, un firmísimo escudo para defenderse de todos los peligros de este mundo y de las asechanzas del demonio, acreditando esta verdad con tantos y tan singulares milagros. Te ruego, Señora, que seas mi defensa poderosa en esta vida mortal, para que en todas las tribulaciones y peligros encuentre la seguridad, y en las tentaciones salga con victoria, logrando siempre tu especial asistencia para conseguirlo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

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DÍA OCTAVO 

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que ejerces tu especial protección en la hora de la muerte para con los que devotamente visten tu santo escapulario, a fin de que logren por medio de la verdadera penitencia salir de esta vida en gracia de Dios y librarse de las penas del infierno. Te ruego, Señora, me asistas, ampares y consueles en la hora de mi muerte, y me alcances verdadera penitencia, perfecta contrición de todos mis pecados, encendido amor de Dios y ardiente deseo de verle y gozarle, para que mi alma no se pierda ni condene, sino que vaya segura a la felicidad eterna de la gloria. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

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DÍA NOVENO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que extendiendo tu amor hacia los Carmelitas, aún después de la muerte, como piadosísima Madre de los que visten tu santo escapulario consuelas sus almas, cuando están en el Purgatorio, y con tus ruegos consigues salgan cuanto antes de aquellas penas, para ir a gozar de Dios, nuestro Señor, en la gloria. Te ruego, Señora, me alcances de su divina Majestad cumpla yo con las obligaciones de cristiano y la devoción del santo escapulario, de modo que logre este singularísimo favor. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.

Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena. Terminar con la oración final.

[La Virgen nos regala el rosario y el escapulario para nuestra salvación]

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Virgen santísima del Carmen; yo deseo que todos sin excepción se cobijen bajo la sombra protectora de tu santo Escapulario, que todos estén unidos a Ti, Madre mía, por los estrechos y amorosos lazos de esta tu querida Insignia. ¡Oh hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante tu sagrada imagen, y concédenos benigna tu amorosa protección. Te recomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre, el Papa, y las de la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos. Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores, herejes y cismáticos como ofenden a tu divino Hijo, y a tantos infieles como gimen en las tinieblas del paganismo. Que todos se conviertan y te amen, Madre mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Así sea.