sábado, 25 de marzo de 2017

25 DE MARZO, LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA





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SOLEMNIDAD DE LA ENCARNACIÓN


Esta gran fiesta tomó su nombre de la buena nueva anunciada por el arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María, referente a la Encarnación del Hijo de Dios. Era el propósito divino dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, a esta doncella -que debía permanecer virgen- un Hijo y al Hijo de Dios una nueva naturaleza humana capaz de sufrir el dolor y la muerte, afín de que El pudiera satisfacer la justicia de Dios por nuestras transgresiones.

El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el misterio de amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese instante el alma de Jesucristo producida de la nada empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de este gran misterio, solamente María es acogida para cooperar con su libre consentimiento.


I. Actualidad litúrgica

La fiesta de la Anunciación del Señor tiene su propio significado original. Guarda una estrecha relación con la fiesta de Navidad. Pero los historiadores y los liturgistas admiten que no hay elementos suficientes para determinar cuál ha sido el influjo y el predominio entre las dos fechas. La anunciación se inscribe bajo el signo del realismo de la encarnación y en la dimensión de la historia de la salvación. No es un elemento de devoción o una reflexión teológica sobre el depósito de la revelación. Es ante todo y sustancialmente un acontecimiento y como tal tiene que destacarse sobre las demás celebraciones. Dice que el Verbo se ha hecho carne y plantó su tienda entre los hombres (cf Jn 1,14); que quiso mostrarse en la fragilidad de la desnudez y del rebajamiento (Flp 2,5-8).

La visita del Señor a su pueblo había sido anunciada de antemano con insistencia; no había dudas sobre su venida. Seguía siendo un misterio el modo en que aparecería el Señor. Y aquí es donde se manifestó la novedad. No pasó por entre los hombres, sino que se detuvo; no se dirigió a los hombres desde fuera, sino que se hizo humanidad y lo asumió todo desde dentro. Un Dios de los hombres, que habla y actúa en el corazón mismo de la experiencia humana. En nuestro momento histórico, en que se parte cada vez más del hombre, de su descubrimiento, de su significado, de su centralidad, el acontecimiento de la encarnación es un hecho de extraordinaria actualidad. Es la propuesta de Dios que abre a la historia humana dimensiones infinitas. La finitud humana sigue estando siempre disponible a ser signo, incluso de la presencia personal de Dios. A pesar de seguir siendo el totalmente Otro, Dios se ha hecho hombre y hay que buscarlo por tanto en la realidad de los hombres. La historia de la salvación está dominada y caracterizada por una opción desconcertante de Dios: la encarnación. Todo el misterio cristiano está bajo el signo del Dios-hombre. Por eso la solemnidad litúrgica de la Anunciación del Señor no es solamente el comienzo, sino la clave de lectura y de comprensión de todo lo que viene después. La exaltación de Jesús, que hace de él el Señor para siempre, no tiene que atenuar nunca el misterio del hombre Jesús, ya que "cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que... recibiésemos la adopción de hijos" (Gál 4,4-5).



II. Datos históricos y teológicos de la celebración

Parece ser que no existe ninguna mención cierta de una celebración del día de la Anunciación hasta el X concilio de Toledo (año 656). Este concilio no habla tampoco de modo explícito de una fiesta de la Anunciación; constata que la madre del Verbo no tiene todavía una fiesta que se celebre en todas partes el mismo día. En España hay una gran festivitas gloriosae Matris, pero se fija en días diferentes. Entre estas fechas está la del 25 de marzo, pero hay también otras, por ejemplo durante el adviento. Parece ser que se encontraban frente a una fiesta de la maternidad virginal, vinculada estrechamente bien con la concepción de Jesús (25 de marzo), bien con su nacimiento (tiempo de adviento).

Es probable que ya en el s. iv, en Palestina, hubiera una fiesta en la que se celebrase la encarnación y consiguientemente la anunciación. Efectivamente, se sabe que santa Elena edificó una gran basílica sobre el lugar donde la tradición situaba la casa y la gruta de la Virgen. Pues bien, en cada basílica se conmemoraba el misterio correspondiente 1.

¿Por qué precisamente la fecha del 25 de marzo? Prescindiendo de su correlación con el día de Navidad, el 25 de marzo es el equinoccio de primavera. Desde los tiempos de Tertuliano había tradiciones que recordaban esta fecha como la de la creación del mundo (también a veces como la de la creación del hombre) y de la concepción de Cristo. Posteriormente se añadió también a ello la conmemoración de la muerte de Cristo. A ello parece aludir igualmente san Agustín. Calculando sobre la simbología de los números, dice que la gestación perfecta comprendería el período exacto de nueve meses y seis días. Esto es lo que se pudo verificar para la perfección del cuerpo de Cristo: "... Sicut a majoribus traditum suspiciens Ecclesiae custodit auctoritas. Octavo enim kalendas apriles [25 de marzo] conceptus creditus, quo et passuss... Natus autem traditur octavo kalendas januarias [25 de diciembre]" (De Trinitate IV, 5,9: PL 42,834). También el Sacramentario Gregoriano preadriano (edición Mohlberg) refiere: "... VIII kalendas apriles Adnunciacio Sanctae Dei Genitricis et Passio ejusdem Domini".

Hay que distinguir con cuidado entre la fiesta de la Anunciación como recuerdo festivo del hecho y la fiesta del 25 de marzo. En la iglesia existió siempre la primera, al menos desde los tiempos de la institución de Navidad, de la que es inseparable. En el s. v tenemos algunos sermones natalicios de san Pedro Crisólogo y de san León Magno; algunos de ellos tienen como objeto directo no ya el nacimiento de Cristo, sino el anuncio del ángel. También el himno / Akáthistos fue compuesto para la fiesta de la Anunciación.

En los últimos siglos la denominación oficial de la fiesta ha sido: "Annuntiatio b. Mariae Virginis". En la época más antigua se usaban además otras expresiones, como: "Annuntiatio angeli ad b. Mariam Virgiñem". Pero sobre todo se hace mención de Jesús, ya que la fiesta más antigua debió ser en recuerdo del Señor. He aquí algunos títulos: "Annuntiatio Domini", "Annuntiatio Christi" e incluso "Conceptio Christi". Pero la referencia intensa a María hizo que ya desde muy antiguo fuese una fiesta en honor de la Virgen.

La gran variedad de' fechas va ligada a la concepción del año litúrgico y eclesiástico. En oriente no había una idea muy rígida en este sentido; por ello las fiestas de los santos y las de la Virgen estaban esparcidas a lo largo de todo el año. En occidente, por el contrario, sobre todo en España, no solían celebrarse fiestas de santos durante el período cuaresmal. De aquí la decidida fijación de la fecha de la Anunciación el día 18 de diciembre, en pleno período de adviento. En Roma fueron más posibilistas. El antiguo Misal Gelasiano y el Gregoriano tienen la fiesta de la Anunciación el 25 de marzo, lo mismo que en oriente. En la liturgia de las témporas de adviento se recuerda la anunciación. Y se introduce tardíamente, el 18 de diciembre, una festividad denominada "Expectatio partus". En estos últimos siglos se llega a una homogeneidad en la fecha de la Anunciación, el 25 de marzo.

Con la reforma litúrgica posterior al concilio Vat II la festividad ha recobrado su nombre más verdadero, debido a una profunda motivación teológica: Anunciación del Señor. Efectivamente, el concilio recuerda la verdadera raíz de toda la grandeza y del carácter único de la persona y de la misión de María: su relación con Cristo (LG 67) [/ Año litúrgico].
http://www.mercaba.org/DicMA/A/anunciacion_domini.htm
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ALÉGRATE MARÍA , EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO Y VIENE A MORAR DENTRO DE TÍ !


HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI 
 DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA PARROQUIA ROMANA 
 DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN

Domingo 18 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:

"...La primera palabra que quisiera meditar con vosotros es el saludo del ángel a María. En la traducción española el ángel dice:  "Te saludo, María". Pero la palabra griega original —"Kaire"— significa de por sí "Alégrate". Y aquí hay un primer aspecto sorprendente:  el saludo entre los judíos era "shalom", "paz", mientras que el saludo en el mundo griego era "Kaire", "Alégrate". Es sorprendente que el ángel, al entrar en la casa de María, saludara con el saludo de los griegos:  "Kaire", "Alégrate". Y los griegos, cuando leyeron este Evangelio cuarenta años después, pudieron ver aquí un mensaje importante: pudieron comprender que con el inicio del Nuevo Testamento, al que se refería esta página de San Lucas, se había producido también la apertura al mundo de los pueblos, a la universalidad del Pueblo de Dios, que ya no sólo incluía al pueblo judío, sino también al mundo en su totalidad, a todos los pueblos. En este saludo griego del ángel aparece la nueva universalidad del Reino del verdadero Hijo de David. 

Pero conviene destacar, en primer lugar, que las palabras del ángel son la repetición de una promesa profética del libro del profeta Sofonías. Encontramos aquí casi literalmente ese saludo. El profeta Sofonías, inspirado por Dios, dice a Israel:  "Alégrate, Hija de Sión; el Señor está Contigo y viene a morar dentro de Ti" (cf. Sf 3, 14). Sabemos que María conocía bien las Sagradas Escrituras.

Su Magníficat es un tapiz tejido con hilos del Antiguo Testamento. Por eso, podemos tener la seguridad de que la Virgen Santísima comprendió en seguida que estas eran las palabras del profeta Sofonías dirigidas a Israel, a la "Hija de Sión", considerada como morada de Dios. 

Y ahora lo sorprendente, lo que hace reflexionar a María, es que esas palabras, dirigidas a todo Israel, se las dirigen de modo particular a Ella, María. Y así entiende con claridad que precisamente Ella es la "Hija de Sión", de la que habló el profeta y que, por consiguiente, el Señor tiene una intención especial para Ella; que Ella está llamada a ser la verdadera morada de Dios, una morada no hecha de piedras, sino de carne viva, de un corazón vivo; que Dios, en realidad, la quiere tomar como su verdadero templo precisamente a Ella, la Virgen. ¡Qué indicación! Y entonces podemos comprender que María comenzó a reflexionar con particular intensidad sobre lo que significaba ese saludo. 

Pero detengámonos ahora en la primera palabra: "Alégrate". Es propiamente la primera palabra que resuena en el Nuevo Testamento, porque el anuncio hecho por el ángel a Zacarías sobre el nacimiento de Juan Bautista es una palabra que resuena aún en el umbral entre los dos Testamentos. Sólo con este diálogo, que el ángel Gabriel entabla con María, comienza realmente el Nuevo Testamento. Por tanto, podemos decir que la primera palabra del Nuevo Testamento es una invitación a la alegría:  "Alégrate". El Nuevo Testamento es realmente "Evangelio", "buena noticia" que nos trae alegría. Dios no está lejos de nosotros, no es desconocido ni enigmático. Dios está cerca de nosotros, tan cerca que se hace niño, y podemos tratar de "Tú" a este Dios. 

El mundo griego, sobre todo, percibió esta novedad; sintió profundamente esta alegría, porque para ellos no era claro que existiera un Dios bueno, o un Dios malo, o simplemente un Dios. La religión de entonces les hablaba de muchas divinidades; por eso, se sentían rodeados por divinidades muy diversas entre sí, opuestas unas a otras, de modo que debían temer que, si hacían algo en favor de una divinidad, la otra podía ofenderse o vengarse. 

Así, vivían en un mundo de miedo, rodeados de demonios peligrosos, sin saber nunca cómo salvarse de esas fuerzas opuestas entre sí. Era un mundo de miedo, un mundo oscuro. Y ahora escuchaban decir:  "Alégrate; esos demonios no son nada; hay un Dios verdadero, y este Dios verdadero es bueno, nos ama, nos conoce, está con nosotros hasta el punto de que se ha hecho carne". Esta es la gran alegría que anuncia el cristianismo. Conocer a este Dios es realmente la "buena noticia", una palabra de redención. 

Tal vez a nosotros, los católicos, que lo sabemos desde siempre, ya no nos sorprende; ya no percibimos con fuerza esta alegría liberadora. Pero si miramos al mundo de hoy, donde Dios está ausente, debemos constatar que también el hombre está dominado por los miedos, por las incertidumbres:  ¿es un bien ser hombre, o no?, ¿es un bien vivir, o no? ¿es realmente un bien existir?, ¿o tal vez todo es negativo? Y, en realidad, viven en un mundo oscuro, necesitan anestesias para poder vivir.

Así, la palabra: "Alégrate, porque Dios está contigo, está con nosotros", es una palabra que abre realmente un tiempo nuevo. Amadísimos hermanos, con un acto de fe debemos acoger de nuevo y comprender en lo más íntimo del corazón esta palabra liberadora:  "Alégrate". 

Esta alegría que hemos recibido no podemos guardarla sólo para nosotros. La alegría se debe compartir siempre. Una alegría se debe comunicar. María corrió inmediatamente a comunicar su alegría a su prima Isabel. Y desde que fue elevada al Cielo distribuye alegrías en todo el mundo; se ha convertido en la gran Consoladora, en nuestra Madre, que comunica alegría, confianza, bondad, y nos invita a distribuir también nosotros la alegría. 

Este es el verdadero compromiso del cristiano:  llevar la alegría a los demás (...).  Esta alegría podemos comunicarla de un modo sencillo: con una sonrisa, con un gesto bueno, con una pequeña ayuda, con un perdón. Llevemos esta alegría, y la alegría donada volverá a nosotros. En especial, tratemos de llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Dios en Cristo. Pidamos para que en nuestra vida se transparente esta presencia de la alegría liberadora de Dios.

La segunda palabra que quisiera meditar la pronuncia también el ángel:  "No temas, María", le dice. En realidad, había motivo para temer, porque llevar ahora el peso del mundo sobre Sí, ser la Madre del Rey universal, ser la Madre del Hijo de Dios, constituía un gran peso, un peso muy superior a las fuerzas de un ser humano. Pero el ángel le dice:  "No temas. Sí, Tú llevas a Dios, pero Dios te lleva a Ti. No temas". 

Esta palabra, "No temas", seguramente penetró a fondo en el Corazón de María. Nosotros podemos imaginar que en diversas situaciones la Virgen recordaría esta palabra, la volvería a escuchar. En el momento en que Simeón le dice:  "Este Hijo tuyo será un signo de contradicción y una espada te traspasará el Corazón", en ese momento en que podía invadirla el temor, María recuerda la palabra del ángel, vuelve a escuchar su eco en su interior:  "No temas, Dios te lleva". 

Luego, cuando durante la vida pública se desencadenan las contradicciones en torno a Jesús, y muchos dicen:  "Está loco", Ella vuelve a escuchar:  "No temas" y sigue adelante. Por último, en el encuentro camino del Calvario, y luego al pie de la Cruz, cuando parece que todo ha acabado, Ella escucha una vez más la palabra del ángel:  "No temas". Y así, con entereza, está al lado de su Hijo moribundo y, sostenida por la fe, va hacia la Resurrección, hacia Pentecostés, hacia la fundación de la nueva familia de la Iglesia. 

"No temas". María nos dice esta palabra también a nosotros. Ya he destacado que nuestro mundo actual es un mundo de miedos: miedo a la miseria y a la pobreza, miedo a las enfermedades y a los sufrimientos, miedo a la soledad y a la muerte. En nuestro mundo tenemos un sistema de seguros muy desarrollado:  está bien que existan. Pero sabemos que en el momento del sufrimiento profundo, en el momento de la última soledad, de la muerte, ningún seguro podrá protegernos. El único seguro válido en esos momentos es el que nos viene del Señor, que nos dice también a nosotros:  "No temas, Yo estoy siempre contigo". Podemos caer, pero al final caemos en las manos de Dios, y las manos de Dios son buenas manos.

La  tercera  palabra:  al  final del coloquio, María responde al ángel:  "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". María anticipa así la tercera invocación del Padre nuestro "Hágase tu Voluntad". Dice "sí" a la Voluntad de Dios, una Voluntad aparentemente demasiado grande para un ser humano. María dice "sí" a esta Voluntad divina; entra dentro de esta Voluntad; con un gran "sí" inserta toda su existencia en la Voluntad de Dios, y así abre la puerta del mundo a Dios. Adán y Eva con su "no" a la Voluntad de Dios habían cerrado esta puerta. 

"Hágase la Voluntad de Dios": María nos invita a decir también nosotros este "sí", que a veces resulta tan difícil. Sentimos la tentación de preferir nuestra voluntad, pero Ella nos dice: "¡Sé valiente!, di también tú:  "Hágase tu Voluntad"", porque esta Voluntad es buena. Al inicio puede parecer un peso casi insoportable, un yugo que no se puede llevar; pero, en realidad, la Voluntad de Dios no es un peso. La Voluntad de Dios nos da alas para volar muy alto, y así con María también nosotros nos atrevemos a abrir a Dios la puerta de nuestra vida, las puertas de este mundo, diciendo "sí" a su Voluntad, conscientes de que esta Voluntad es el verdadero Bien y nos guía a la verdadera felicidad. 

Pidamos a María, la Consoladora, nuestra Madre, la Madre de la Iglesia, que nos dé la valentía de pronunciar este "sí", que nos dé también esta alegría de estar con Dios y nos guíe a su Hijo, a la verdadera Vida. Amén.

BIBLIOGRAFÍA




La Anunciación a María
Paul Claudel

Colección: LITERATURA
Materia: LITERATURA
192 páginas
13x21cm.
ISBN: 978-84-7490-854-1

SINOPSIS

Edición aumentada con una variante del acto IV para la escena.

A la vez brutal y religiosa, simbolista y romántica, poética y realista, La Anunciación a María es probablemente la obra más emblemática y popular de su autor. Violaine, la chica hermosa y feliz, Pierre de Craon, el genio constructor y doliente, Anne Vercors, el padre sabio y lejano... Estos y otros personajes se graban en la memoria del lector en una obra llena de fuerza y poesía. Un drama «a la vez humano y sobrehumano», en palabras del autor, «representación de todas las pasiones humanas integradas en el plano católico».

«La Anunciación a María es, objetivamente, una de las mejores obras que se hayan escrito en este siglo. [...] En ella está condensado el genio del cristianismo católico». 
(Luigi Giussani, Mis lecturas)


FILMOGRAFÍA


LA  ANUNCIACIÓN

Oraciones

ANGELUS DOMINI

V.   El ángel del Señor anunció a María.
R.   Y concibió por obra del Espíritu Santo.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

V.   He aquí la esclava del Señor.
R.   Hágase en mí según tu palabra.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

V.   El Verbo se hizo carne.
R.   Y habitó entre nosotros.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es Contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
ORACIÓN A DIOS PADRE MISERICORDIOSO
Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones para que quienes hemos conocido la Encarnación de tu Hijo, por el anuncio del Ángel, lleguemos, por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.

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