jueves, 9 de agosto de 2018

9 de agosto, santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), patrona de Europa

Edith Stein


(Santa Teresa Benedicta de la Cruz; Breslau, 1891-Auschwitz, 1942) Filósofa y religiosa alemana de origen judío que fue víctima de la barbarie nazi, tras producir importantes obras teológicas. Perteneciente a una familia judía, se convirtió al catolicismo, adoptando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz al tomar los hábitos, y descubrió a Tomás de Aquino, Duns Escoto y San Juan de la Cruz. Su obra filosófica constituye un nexo fundamental entre el cristianismo y la fenomenología de Husserl, de quien fue discípula. Su tesis El ser finito y el ser eterno, escrita en 1933, no fue publicada hasta 1950.


Santa Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein]


Hija de una familia hebrea practicante, fue educada según las tradiciones de su pueblo y su religión; no obstante, pronto perdió la fe de sus antepasados, a pesar de lo cual conservó un ideal moral intenso. Sedienta de verdad, se dedicó todavía muy joven a los estudios filosóficos. Frecuentó la Universidad de su ciudad natal y las de Gotinga y Friburgo de Brisgovia. En esta última fue discípula del filósofo Edmund Husserl, y luego de haberse graduado en filosofía (1916), auxiliar del mismo durante breve tiempo.
Tras la muerte de un colega suyo, Adolf Reinach, vivió en casa de su viuda y se encargó de la ordenación de los textos del difunto. Allí se relacionó por vez primera con un cristianismo vivo, en el seno de una familia duramente probada por el dolor. El contacto con Max Scheler y, finalmente, la lectura de la Vida de Santa Teresa de Ávila la ayudaron a convencerse de la verdad del catolicismo. El primer día del año 1922 recibió el bautismo y asumió el nombre de Theresia Hedwig.
Entre 1923 y 1931 enseñó en el Instituto de Santa Magdalena de Speyer, perteneciente a la orden dominicana, y vivió junto a las monjas como una de ellas. En 1932 fue llamada al Instituto Germánico de Pedagogía Científica de Münster. Su actividad pública, sin embargo, se vio bruscamente interrumpida por el principio de la persecución contra los judíos, circunstancia que Edith Stein consideró propicia para la realización de un sueño acariciado hacía ya largo tiempo y para ofrecerse a Dios por la salvación de su pueblo; y así pidió, con una humildad conmovedora, ser admitida en el convento de carmelitas de Köln-Lidenthal. En el acto de la toma de hábito (abril de 1934) le fue impuesto el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz.
Durante el período 1930-33 se había dedicado a los temas de pedagogía y formación femenina. Los textos de estos años, junto con un breve ensayo sobre Santa Isabel de Hungría, fueron reunidos en el volumen Formación y vocación de la mujer (1949). En el curso del primer año de vida carmelita escribió La oración de la Iglesia y El misterio de Navidad, dos interesantes opúsculos llenos de profundo y genuino sentimiento religioso. Luego, por consejo de sus superioras, compuso la monumental obra El ser finito y el ser eterno (1950), en la que examina todo lo creado e increado para llevar a cabo una síntesis entre Santo Tomás de Aquino y la filosofía moderna; en cuanto a esta última dio una preferencia singular a la ideología de la escuela fenomenológica de Husser



Cuando previó el recrudecimiento de la persecución contra los hebreos y advirtió el peligro que su presencia extrañaba para el cenobio, pidió ser trasladada al extranjero; la última noche del año 1938 fue acompañada por un médico amigo hasta la frontera de Holanda, país en el cual recibió acogimiento en el convento de Echt. Allí escribió su última y segunda gran obra: La ciencia de la Cruz (1950), interpretación de la mística de San Juan de la Cruz a la luz del método fenomenológico.


Pero antes de dar fin al manuscrito fue detenida el 2 de agosto de 1942 por la policía alemana (Holanda había sido, mientras tanto, invadida y ocupada), y obligada por la fuerza a salir de Echt. Llevada a primeramente al campo de concentración de Amerfoort y luego al de Westerbork, fue vista por última vez en la estación de Schifferstadt, en un vagón precintado, por una de sus alumnas, a la que dijo: "Saluda en mi nombre a las hermanas de Speyer y diles que me llevan hacia el Este..." El viaje terminó en el campo de Auschwitz y en la cámara de gas. En 1950 los editores Herder (Alemania) y Nauwelaerts (Bélgica) iniciaron conjuntamente la publicación, en cinco tomos, de las principales obras de la autora. Una interesante antología de las mismas vio la luz en Londres en una traducción inglesa de H. Graef (1956). Edith Stein fue beatificada en 1987 y canonizada en 1998 por Juan Pablo II.



BIBLIOGRAFÍA

obras completas v: escritos espirituales (en el carmelo tereriano : 1933-1942)-edith stein-9788472399068



OBRAS COMPLETAS V: ESCRITOS ESPIRITUALES (EN EL CARMELO TERERIANO : 1933-1942) (EN PAPEL)
EDITH STEIN; SANTA TERESA DE JESUS , 2005
Nº de páginas: 964 págs.
Encuadernación: Tapa dura
Editorial: MONTE CARMELO
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788472399068

Por fin nos llega la primera edición en castellano de toda la producción intelectual de esta gran figura de nuestro tiempo: judía, filósofa, profesora, escritora, seglar convertida, monja carmelita, mártir del nazismo y santa. Supone todo un acontecimiento bibliográfico que ha sido posible por la conjunción de una serie de especialistas y traductores, filósofos, teólogos y espirituales, más el decisivo apoyo de tres editoriales del Carmelo español.




TIEMPO DE NAVIDAD
Lecturas de los santos

El Misterio de la Navidad
por: Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Escritos Espirituales, BAC, 1998)

Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad, que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros, demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella sobre el pesebre de belén. Ha pasado como un susurro y quizás permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en limpio de lo que nos quiso y pudo traer. Resulta ciertamente consolador que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas para el tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada a las semanas pasadas.

Cuando los días se hacen cada vez más cortos y  comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse. Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cuales la vieja historia del Niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría --ésta es la estrella hacia la cual caminamos todo en los primeros meses del inverno--. Para los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la infancia nos cantan de él.

En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una santa nostalgia con las campanas del "Rorate" y los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación:  ¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo porque viene tu Salvador!. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas "Oh" del Mangificat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca y mañana contemplaréis su gloria. Precisamente cuando al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y --Cuando todo permanece en profundo silencio-- el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el mundo.

http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/temporadas/adviento/adviento_edith_stein_misterio_nav.htm


FILMOGRAFÍA







ORACIÓN

Novena del Espíritu Santo 
por San Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

¿Quién eres tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón? 
Me guiaste como la mano de una madre,
y si me dejaras ir, 
no sabría cómo dar un paso más. 
Tú eres el espacio
que abraza mi ser y lo entierra en ti mismo. 
Lejos de ti, se hunde en el abismo
de la nada, desde donde lo elevaste a la luz. 
Tú, más cerca de mí que yo mismo
Y más interior que mi más interior
Y aún impalpable e intangible 
Y más allá de cualquier nombre: ¡ 
Espíritu Santo amor eterno! 

¿No eres tú el dulce maná 
Que del corazón del Hijo 
Desborda en mi corazón, 
El alimento de los ángeles y el bendito? 
El que se levantó de la muerte a la vida, 
también me ha despertado a una nueva vida 
del sueño de la muerte. 
Y él me da nueva vida día a día, 
y en algún momento su plenitud es fluir a través de mí,
La vida de tu vida en verdad, tú mismo: 
vida espiritual del Espíritu Santo! 


¿Eres tú el rayo 
que desciende del trono del eterno Juez 
y penetra en la noche del alma 
que nunca se había conocido a sí misma? 
Misericordiosamente implacable 
, penetra en pliegues ocultos. 
Alarmado al verse a sí mismo, 
el yo hace espacio para el miedo santo, 
el comienzo de esa sabiduría 
que viene de lo alto 
y nos ancla firmemente en las alturas, 
tu acción, 
que nos crea de nuevo: ¡ 
rayo del Espíritu Santo que penetra todo! 

¿Eres la plenitud del espíritu y el poder 
por el cual el Cordero libera el sello 
del eterno decreto de Dios? 
Impulsado por ti 
Los mensajeros del juicio cabalgan por el mundo 
Y separan con una espada afilada 
El reino de la luz del reino de la noche. 
Entonces el cielo se vuelve nuevo y nuevo la tierra, 
y todos encuentran su lugar apropiado a 
través de tu aliento: 
¡el poder victorioso del Espíritu Santo! 

¿Eres el maestro que construye la catedral eterna, 
que se eleva desde la tierra a través de los cielos? 
Animado por usted, las columnas se elevan 
y se mantienen firmes. 
Marcado con el nombre eterno de Dios, 
Se extienden hasta la luz, 
Teniendo la cúpula, 
que corona la catedral santa, 
Tu trabajo que envuelve al mundo: 
la mano de moldeo Espíritu Santo Dios! 

¿Eres tú el que creó el espejo sin nubes 
junto al trono del Todopoderoso, 
como un mar de cristal, 
en el que la Divinidad se mira con amor? 
Te inclinas sobre el trabajo más justo de tu creación, 
y radiantemente tu propia mirada 
se ilumina a cambio. 
Y de todas las criaturas, la belleza pura 
se une en una en la querida forma 
de la Virgen, tu novia inmaculada: ¡ 
Espíritu Santo Creador de todo! 

¿Eres la dulce canción del amor 
y del santo temor 
que eternamente resuena alrededor del trono trino, 
que une en sí mismo las campanadas claras de todos y cada uno de los seres? 
La armonía, 
que une a los miembros a la cabeza, 
en el que cada uno 
descubre el misterioso significado de su ser bendecido 
y alegremente oleadas de luz, 
libremente disuelto en su surgimiento: 
Espíritu Santo júbilo eterno! 


https://www.ewtn.com/devotionals/novena/Stein_spirit.htm

jueves, 22 de junio de 2017

22 DE JUNIO, SANTO TOMÁS MORO


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SU VIDA
Este es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es San Juan Fisher (20 de junio). Tomás significa: "el gemelo". Y en verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero de martirio, San Juan Fisher.

Nació Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad de Oxford.

Su padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba después: "Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme en casa y en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho para su futuro.

A los 22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un intelectual muy brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable simpatía".

Le llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y fue un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.

Para con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba ir personalmente a visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil encontrar otro de conversación más amena.

Tomás Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa: "Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda Europa.

El joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario del alcalde de la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores. Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran elegido Canciller, solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados". Otro añadía: "El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este". Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino humor: "El rey es de tal manera que si le ofrecen una buena casa por mi cabeza, me la mandará cortar de inmediato".

Ya llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.

Tomás Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15 meses.

Verdaderamente hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le dice: "Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así".

El día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían querido aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire cómo van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa religión".

Tomás fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le dictó entonces sentencia de muerte. El se despidió de su hijo y de su hija y volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.

En la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo al salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero un resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban a matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu bondad". Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores, y declaró públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.

Tomás Moro fue declarado santo por el Papa en 1935. Un sabio decía:

"Este hombre, aunque no hubiera sido mártir,
bien merecía que lo canonizaran, porque su vida fue
un admirable ejemplo de lo que debe ser el
comportamiento de un servidor público:
un buen cristiano y un excelente ciudadano".

http://www.ewtn.com/spanish/saints/Tomás Moro

BIBLIOGRAFÍA


la agonia de cristo-tomas moro-santo tomas moro-9788432132308LA AGONIA DE CRISTO (EN PAPEL)
TOMAS MORO; SANTO TOMAS MORO , 2001
Nº de páginas: 192 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: RIALP
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788432132308
Escrita por Tomás Moro poco antes de ser ejecutado, esta obra es un testamento admirable de su autor como humanista y como cristiano. A partir de la contemplación de la Pasión de Cristo, Moro muestra al mundo que el dolor es un ingrediente del amor y la felicidad.




I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER
CAPTURADO (MT 26, MC 14, LC 22, LO 18)
Oración y mortificación con Cristo
«Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos»'. Aunque había
hablado de tantas cosas santas durante la cena con sus Apóstoles, sin embargo, y a punto de
marchar, quiso acabarla con una acción de gracias. ¡Ah!, qué poco nos parecemos a Cristo aunque
llevemos su nombre y nos llamemos cristianos. Nuestra conversación en las comidas no sólo es
tonta y superficial (incluso por esta negligencia advirtió Cristo que deberemos rendir cuenta), sino
que a menudo es también perniciosa, y una vez llenos de comida y bebida dejamos la mesa sin
acordarnos de Dios y sin darle gracias por los bienes que nos ha otorgado. Un hombre sabio y
piadoso, que fue egregio investigador de los temas sagrados y arzobispo de Burgos*, da algunos
argumentos convincentes para mostrar que el himno que Cristo recitó con los Apóstoles consistía en
aquellos seis salmos que los hebreos llaman el «gran aleluya», es decir, el salmo 112 y los cinco
restantes. Es una costumbre antiquísima que han seguido para dar gracias en la fiesta de Pascua y
en otras fiestas importantes. Incluso en nuestros días siguen usando este himno para las mismas
fiestas. Por lo que se refiere a los cristianos, aunque solíamos decir diferentes himnos de bendición y
acción de gracias según las épocas del año, cada uno apropiado a su época, ahora hemos permitido
que casi todos estén en desuso. Nos quedamos tan contentos diciendo dos o tres palabrejas,
cuales-quiera que sean, e incluso ésas las susurramos descui-dadamente y bostezando con
indolencia.
Salieron hacia el monte de los Olivos, y no a la cama. El profeta decía: «En mitad de la noche me
levanté para rendirte homenaje»2, pero Cristo ni siquiera se reclinó sobre el lecho. Ojalá pudiéramos
nosotros, por lo menos, aplicarnos con verdad este otro texto: «Me acordé de ti cuando descansaba
sobre mi cama». Y no era el tiempo veraniego cuando Cristo, después de cenar, se dirigió hacia el
monte. Porque no debía ocurrir todo esto mucho más tarde del equinocio de invierno, y aquella
noche hubo de ser fría, como muestra la circunstancia de que los servidores se calentaban junto a
las brasas en el patio del sumo pontífice. Ni tampoco era ésta la primera vez que Cristo hacía tal
cosa, como claramente atestigua el evangelista al escri-bir secundum consuetudinem, «según su
costumbre»4. Subió a una montaña para rezar, significando así que, al disponernos a hacer oración,
hemos de elevar nuestras mentes del tumulto de las cosas temporales hacia la contemplación de las 
divinas. El mismo monte de los Olivos tampoco carece de misterio, plantado como estaba con olivos.
La rama de olivo era general-mente empleada como símbolo de paz, aquella que Cristo vino a
establecer de nuevo entre Dios y el hom-bre después de tan larga separación. El aceite que se
extrae del olivo representa la unción del Espíritu: Cristo vino y volvió a su Padre con el propósito de
enviar el Espíritu Santo sobre los discípulos, de tal modo que su unción pudiera enseñarles todo
aquello que no hubieran podido sobrellevar si se lo hubiera dicho antes.
«Marchó a la otra parte del torrente Cedrón, a un huerto llamado Getsemaní». Corre el Cedrón entre
la ciudad de Jerusalén y el monte de los Olivos, y el vocablo «Cedrón» significa en lengua hebrea
«tristeza», mientras que «Getsemaní» quiere decir «valle muy fértil» y también «valle de olivos». No
se ha de pensar que es simple casualidad el hecho de que los evangelios recordaran con tanto
cuidado estos nombres. De lo contrario, hubieran considerado suficiente indicar que fue al monte de
los Olivos, a no ser que Dios hubiera escondido bajo estos nombres algunos misteriosos significados
que hombres estudiosos, con la ayuda del Espí-ritu Santo, intentarían descubrir, por el simple hecho
de ser mencionados. Dado que ni una sílaba puede considerarse vana o superflua en un escrito
inspirado por el Espíritu Santo mientras los Apóstoles escribían, y dado el hecho de que ni siquiera
un pájaro cae a tierra fuera del orden querido por Dios, me es imposible pensar que los evangelistas
mencionaran estos nombres de manera fortuita, o bien que los judíos los asignaran a lugares
(cualquiera que fuese su intención al hacerlo) sin un plan escondido del Espíritu Santo, que guardó
en tales nombres un depósito de misterios para que fueran de-senterrados más adelante.
«Cedrón» significa tanto «tristeza» como «negrura u oscuridad», y da nombre no sólo al torrente
mencionado por los evangelistas, sino también -como consta con claridad- al valle por el que corre el
torrente y que separa a Getsemaní de la ciudad. Así, todos estos nombres evocan a la memoria (a
no ser que nos lo impida ver nuestra somnolencia) la realidad de que mientras estamos distantes del
Señor, como dice el Apóstol6, y antes de llegar al monte fructífero de los Olivos y a la agradable finca
de Getsemaní -cuyo aspecto no es triste y áspero, sino fértil en toda clase de alegrías-, debemos
cruzar el valle y la corriente del Cedrón. Un valle de lágrimas y un torrente de tristeza, en cuyas
aguas puedan limpiarse la suciedad y negrura de nues-tros pecados. Mas, si cansados y abrumados
con dolor y llanto intentamos perversamente cambiar este mundo, este lugar de trabajo y de
sacrificio, en puerto de frívolo descanso; si buscamos el paraíso en la tierra, entonces nos apartamos
y huimos para siempre de la verdadera felicidad, y buscaremos la penitencia cuando ya es
demasiado tarde, y nos veremos además envuel-tos en tribulaciones intolerables e interminables.
Esta es la lección saludable de la que estos nombres nos advierten, tan oportunamente escogidos
están. Y como las palabras de la Sagrada Escritura no están atadas a un solo sentido, sino cargadas
con otros misterio-sos, estos nombres de lugares armonizan bien con la historia de la Pasión de
Cristo. Parece como si sólo por esta razón la eterna providencia de Dios se hubiera cui-dado de que
esos lugares recibieran tales nombres, que serían, siglos después, señales anunciadoras de su
Pasión. El que «Cedrón» signifique «ennegrecido», ¿no parece querer recordar aquella predicción
del profeta sobre Cristo, anunciando que entraría en su gloria por un suplicio ignominioso, y que
quedaría desconocido por las contusiones y los cardenales, la sangre, los es-cupitajos y la suciedad
hasta tal grado que «no hay forma ni belleza en su rostro»?7. Y que el nombre del torrente que cruzó
no en vano significa «triste» es algo que el mismo Cristo atestiguó al decir: «Mi alma está triste con
tristeza de muerte.» «Y le siguieron también sus discípulos», es decir, los once que habían quedado
con Él. El diablo había entrado en el otro Apóstol después de cenar, y afuera también éste marchó,
mas no para seguir como discípulo al maestro, sino para perseguirle, como un traidor. Bien se
cumplían en él aquellas palabras de Cristo: «El que no está conmigo está en contra de mí»8. En
contra de Cristo ciertamente estaba porque en ese mismo momento tramaba insidias para atraparle,
mientras el resto de los discípulos le seguían para rezar. Sigamos nosotros a Cristo y supliquemos al
Padre con Él. No imite-mos la conducta de Judas, abandonando a Cristo después de haber
participado de sus favores y haber cenado espléndidamente con Él, para que no caiga so-bre
nosotros aquella profecía: «Si veías al ladrón te ibas con él»9.
«Judas, que le entregaba, conocía bien el sitio por-que solía Jesús retirarse muchas veces a él con
sus dis-cípulos»'°. Una vez más los evangelistas aprovechan la ocasión -al mencionar al traidor- para
subrayar, y así grabar en nosotros, aquella santa costumbre de Cristo de retirarse con sus discípulos
para hacer oración. Si hubiera ido allí únicamente algunas veces y no frecuentemente, no hubiera
estado el traidor tan seguro como estaba de encontrar allí al Señor, hasta el punto de llevar a los
servidores del sumo sacerdote y a la cohorte de soldados romanos, como si todo se hubiera
acordado de antemano. Caso de que hubieran visto que no estaba todo previsto, hubieran juzgado
que Judas se burlaba de ellos, y no le habrían dejado marchar im-pune. Y yo me pregunto: ¿dónde
están esos que se creen grandes hombres y se glorían de sí mismos como si hi-cieran algo
extraordinario cuando, en las vigilias de algunas fiestas importantes, prolongan un poco más la
oración en la noche o se levantan temprano para la oración de la mañana? Cristo, nuestro Salvador,
tenía como costumbre pasar noches enteras en oración, sin dormir. ¿Dónde están los que le
llamaban glotón porque no rechazaba la invitación a los banquetes de los publicanos ni despreciaba 
a los pecadores? ¿Dónde están aquellos que juzgando su moral con rigidez farisaica no la
consideraban mejor que la moral de la chusma?
Mientras tristes y amargados rezaban los hipócritas en las esquinas de las plazas para ser vistos por
los hom-bres, Él, apacible y amable, almorzaba con pecadores para ayudarles a cambiar sus vidas.
Y, además, solía pasar la noche rezando al descubierto, bajo el cielo, mientras el fariseo hipócrita
roncaba a pierna suelta en la blandura de su lecho. ¡Ojalá aquellos de nosotros que, esclavizados en
tal forma por la pereza no podemos imitar este ejemplo de nuestro Salvador, tuviéramos, por lo
menos, el deseo de traer a la memoria -precisamente mientras nos damos la vuelta en la cama
medio dormidos- estas sus noches enteras en oración! Ojalá aprovecháramos esos momentos
mientras esperamos al sueño para dar gracias a Dios, para pedirle más gracias y para condenar
nuestra apatía y pereza. Estoy seguro de que si hiciéramos el propósito de adquirir el hábito e
intentarlo aunque sólo fuera un poco, pero con cons-tancia, en breve tiempo nos concedería Dios dar
un gran paso y aumentar el fruto.


FILMOGRAFIA

Un hombre para la eternidadTítulo original
A Man for All Seasons
Año
1966
Duración
120 min.
País
Reino Unido Reino Unido
Director
Fred Zinnemann
Guion
Robert Bolt (Teatro: Robert Bolt)
Música
Georges Delerue
Fotografía
Ted Moore
Reparto
Paul Scofield,  Wendy Hiller,  Leo McKern,  Robert Shaw,  Orson Welles, Susannah York,  Nigel Davenport,  John Hurt,  Corin Redgrave,  Colin Blakely, Cyril Luckham,  Jack Gwillim,  Thomas Heathcote,  Yootha Joyce,  Anthony Nicholls, John Nettleton,  Eira Heath,  Molly Urquhart,  Paul Hardwick,  Michael Latimer, Philip Brack,  Martin Boddey,  Eric Mason,  Matt Zimmerman,  Vanessa Redgrave
Productora
Columbia Pictures
Género
Drama | Histórico. Siglo XVI. Política. Religión. Biográfico
Sinopsis
Para divorciarse de su esposa Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos y tía del emperador Carlos V) y contraer matrimonio con Ana Bolena, Enrique VIII (1509-1547) trata de obtener el apoyo de la aristocracia y del clero. Sir Thomas Moro, uno de los más notables humanistas europeos ("Utopía", 1516), ferviente católico y hombre de confianza del monarca, se encuentra en una encrucijada: ¿debe actuar de acuerdo con su conciencia, arriesgándose a ser tachado de traidor y ejecutado, o debe ceder ante un rey que no tiene ningún reparo en adaptar la ley a sus necesidades? (FILMAFFINITY)


ORACIÓN

Oración del buen humor
Autor: Santo Tomas Moro, mártir, patrón de los políticos.

Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.

Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.

Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.

Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.

Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.

Así sea.

domingo, 16 de abril de 2017

16 DE MARZO, DOMINGO DE RESURRECCION

Domingo de Resurrección







La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes.Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección 



Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net 




Importancia de la fiesta

El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.


San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

http://es.catholic.net/op/articulos/18277/domingo-de-resurreccin.html

Homilía de S.S. Papa Francisco

Queridos hermanos: en este Domingo radiante de Vida, la Iglesia nos invita a participar del gozo de la Resurrección del Señor. Se nos invita a participar (no a mirar desde fuera), a hacer nuestra esta alegría, como cuando se toma parte en una fiesta... Y esta es la fiesta más grande: es la Pascua: la del Señor y la nuestra.

Pascua: paso de la muerte a la Vida, a la vida gloriosa de los hijos de Dios, Vida que ya se nos da en Cristo Resucitado, al que ahora celebramos.

Pascua: paso de la oscuridad a la Luz del Señor, del caos de este mundo al orden de la Nueva Creación que Dios ya introdujo en Jesucristo Resucitado. 
Paso de la esclavitud a la libertad; del desierto a la posesión de la Tierra prometida, al Reino de Dios; del pecado a la amistad con Dios; del hombre viejo destinado a la muerte al hombre nuevo, hecho para el Cielo. Paso de la incredulidad y la desesperación, a la alegría serena y profunda de la Fe, la Esperanza y el Amor.

No puede haber para el hombre alegría más profunda que la que hoy se proclama: la alegría de la Salvación.

Hoy resuena, como el silbido de una luz vertiginosa, el eco, aún vivo, del anuncio de la Resurrección del Señor. De boca en boca corre este rumor, que se prueba eficazmente por el testimonio del Espíritu en los corazones renovados. Cristo ha resucitado y se ha aparecido. Es verdad. Nosotros somos testigos de ello.

Sin embargo, para entrar en esta Fiesta, la Fiesta Eterna de los hijos de Dios, es necesario que nos vistamos con el traje de fiesta adecuado. Y ese traje de fiesta es la FE. Y sin Fe, nos quedamos fuera de esta fiesta.

De los hombres y mujeres que conocieron a Jesús, sólo los que tuvieron fe en Él encontraron la alegría de la salvación. Para los otros, las cosas no cambiaron. Del mismo modo ocurre hoy: sólo por la fe, que recibimos en el Bautismo y compartimos en cada Misa, encontramos la alegría de la salvación... para los otros, este Domingo es igual a todos... puede que incluso sea hasta un día triste, vacío, lleno de nostalgia y de un deseo ahogado de encontrarse con Dios. La Pascua que celebramos inaugura un tiempo de gozo. Jesucristo ha resucitado como el Primero de muchos, para mostrarnos cual es la vida que nos espera y se nos ofrece si damos el “paso” de la fe.

Tenemos así el futuro garantizado por Dios mismo, que ha hecho con nosotros una Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre de su Hijo.
Así por la fe celebramos a Jesucristo, el Hombre Nuevo que nos renueva, a nosotros y a toda la Creación, inaugurando cielos nuevos y tierra nueva; y Jesús, el Señor, es ya la Cabeza de esta Nueva Creación.

Por eso anoche hemos bendecido el fuego, la luz, el agua, y hemos renovado nuestras promesas bautismales: porque celebramos la nueva Vida que nos trae el mismo Dios hecho hombre. La Resurrección aniquila el poder de la muerte y la transforma sólo en un paso - amargo pero no definitivo - : la muerte se transforma en el último acto de amor y entrega del hombre a su Señor.

Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús Resucitado. Pero Él mismo nos dice que “son felices los que creen sin ver”. Por eso el Señor no da, en primera instancia, “pruebas” en sentido estricto de la Resurrección, sino sólo signos: una tumba vacía, y ángeles que lo proclaman vivo... Pero la Palabra de la Sagrada Escritura que nos anuncia que Cristo murió y resucitó por nosotros y por nuestra salvación, y la fe de la Iglesia, que parte de los mismos Apóstoles, que vieron al Señor Resucitado, comieron y bebieron con Él, y enviados por Él llegan hoy a nosotros en sus sucesores, los Obispos y los Sacerdotes.

Por eso, nuestra única respuesta quiere ser la Fe... La fe del discípulo amado, que no vio a Jesús (Evangelio de hoy); vio las vendas caídas y el sepulcro vacío, y creyó en Jesús, al que más tarde vería...

También hoy nosotros queremos contemplar con fe el testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del Señor cree y celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él vuelva. El signo para nosotros (como para el discípulo amado), es la misma Iglesia, que a pesar de su debilidad y los defectos de sus miembros, permanece siempre estable a través de los siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a todos los hombres la Buena Noticia de la Salvación. Este es el gran signo de que Jesús está vivo, pues de lo contrario el milagro viviente que es la misma Iglesia, no podría sostenerse. Se confirma así la Palabra de la Escritura: Jesucristo ha resucitado. Y si analizamos nuestra propia vida, encontraremos también muchos “signos”, que nos ha dado el Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y viendo todo esto, queremos creer hoy aún más, crecer en la fe.

Así, al celebrar hoy llenos de alegría al Señor Resucitado, avivemos nuestra fe, acrecentemos nuestra esperanza, y dejemos que Cristo Resucitado renueve la fuerza de nuestro Amor.

AMÉN!! ALELUYA!!!


BIBLIOGRAFÍA

  Es Cristo que pasa< Cristo presente en los cristianos
San Josemaría Escrivá


Cristo presente en los cristianos


Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí. Hæc est dies quam fecit Dominus, exsultemus et lætemur in ea; éste es el día que hizo el Señor, regocijémonos.

El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.

No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti, había prometido. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo sus delicias entre los hijos de los hombres.

Cristo vive en su Iglesia. "Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré". Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad.

De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso. Porque Cristo es el Camino, el Mediador: en El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por El, nos atrevemos a decir —audemus dicere— Pater noster, Padre nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al Señor de los cielos y de la tierra.

La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo.

Cristo vive en el cristiano. La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa. Cristo ha resucitado de entre los muertos y ha venido a ser como las primicias de los difuntos; porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre debe venir la resurrección de los muertos. Que así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.

La vida de Cristo es vida nuestra, según lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Ultima Cena:Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El cristiano debe —por tanto— vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con San Pablo, non vivo ego, vivit vero in me Christus, no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí.


Jesucristo fundamento de la vida cristiana


He querido recordar, aunque fuera brevemente, algunos de los aspectos de ese vivir actual de Cristo —Iesus Christus heri et hodie; ipse et in sæcula-, porque ahí está el fundamento de toda la vida cristiana. Si miramos a nuestro alrededor y consideramos el transcurso de la historia de la humanidad, observaremos progresos y avances. La ciencia ha dado al hombre una mayor conciencia de su poder. La técnica domina la naturaleza en mayor grado que en épocas pasadas, y permite que la humanidad sueñe con llegar a un más alto nivel de cultura, de vida material, de unidad.

Algunos quizá se sientan movidos a matizar ese cuadro, recordando que los hombres padecen ahora injusticias y guerras, incluso peores que las del pasado. No les falta razón. Pero, por encima de esas consideraciones, yo prefiero recordar que, en el orden religioso, el hombre sigue siendo hombre, y Dios sigue siendo Dios. En este campo la cumbre del progreso se ha dado ya: es Cristo, alfa y omega, principio y fin.

En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a El por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!



Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Efeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña.

Me gusta recordar a este propósito la escena de la conversación de Cristo con los discípulos de Emaús. Jesús camina junto a aquellos dos hombres, que han perdido casi toda esperanza, de modo que la vida comienza a parecerles sin sentido. Comprende su dolor, penetra en su corazón, les comunica algo de la vida que habita en El.

Cuando, al llegar a aquella aldea, Jesús hace ademán de seguir adelante, los dos discípulos le detienen, y casi le fuerzan a quedarse con ellos. Le reconocen luego al partir el pan: El Señor, exclaman, ha estado con nosotros. Entonces se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino, y nos explicaba las Escrituras?. Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi, el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro.



El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera.

La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con El, obrando como El obró. El Resucitado, después de sacar al apóstol Tomás de sus dudas, mostrándole sus llagas, exclama: bienaventurados aquellos que sin haberme visto creyeron. Aquí —comenta San Gregorio Magno— se habla de nosotros de un modo particular, porque nosotros poseemos espiritualmente a Aquel a quien corporalmente no hemos visto. Se habla de nosotros, pero a condición de que nuestras acciones sean conformes a nuestra fe. No cree verdaderamente sino quien, en su obrar, pone en práctica lo que cree. Por eso, a propósito de aquellos que de la fe no poseen más que palabras, dice San Pablo: profesan conocer a Dios, pero le niegan con las obras.

No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant, para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres.

Es necesario que resuene una y otra vez aquel mandamiento que permanecerá nuevo a través de los siglos. Carísimos —escribe San Juan—, no voy a escribiros un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que recibisteis desde el principio; el mandamiento antiguo, es la palabra divina que oísteis. Y no obstante yo os digo que el mandamiento de que os hablo, es un mandamiento nuevo, que es verdadero en sí mismo y en vosotros, porque las tinieblas desaparecieron, y luce ya la luz verdadera. Quien dice estar en la luz aborreciendo a su hermano, en tinieblas está todavía. Quien ama a su hermano, en la luz mora, y en él no hay escándalo.

Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros.


http://www.escrivaobras.org/book/es_cristo_que_pasa-capitulo-11.htm



FILMOGRAFÍA



Título original
Risen
Año
2016
Duración
107 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Director
Kevin Reynolds
Guión
Paul Aiello, Karen Janszen, Kevin Reynolds
Música
Roque Baños
Fotografía
Lorenzo Senatore
Reparto
Joseph Fiennes, Tom Felton, Cliff Curtis, Peter Firth, Stewart Scudamore, María Botto, Mish Boyko, Mark Killeen, Stephen Hagan, Stephen Greif, Antonio Gil, Luis Callejo, Richard Atwill, Andy Gathergood, Jan Cornet, Joe Manjón, Pepe Lorente, Selva Rasalingam, Stavros Demetraki, Manu Fullola, Mario Tardón, Àlex Maruny, Paco Manzanedo, Frida Cauchi
Productora
LD Entertainment / Big Wheel Entertainment / Affirm Films
Género
Intriga. Drama | Religión. Antigua Roma
Sinopsis

El protagonista es un centurión romano agnóstico cuya misión es investigar la desaparición del cuerpo de Jesucristo y los crecientes rumores sobre su Resurrección. (FILMAFFINITY)


LA RESURRECCIÓN DE CRISTO






 ORACIONES











Reina del cielo (Regina Coeli)


V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.
R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.
R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

Oración
Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.
Latín:
Regína caeli, laetáre; allelúia.
R. Quia quem meruísti portáre; allelúia.
V. Resurréxit sicut dixit;; allelúia.
R. Ora pro nobis Deum; allelúia.
V. Gáude et laetáte, Virgo Maria; allelúia.
R: Quia surréxit Dóminus vere; allelúia.
Orémus
Deus, qui per resurréctionem Fílii tui Dómini nostri
Iesu Christi mundum laetificáre dignátus es,
praesta quáesumus, ut per ejus Genetrícem
Vírginem Maríam, perpétuae capiámus gáudia vitae.
Per eúmdem Christum Dominum nostrum.
Amen.