jueves, 22 de junio de 2017

22 DE JUNIO, SANTO TOMÁS MORO


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SU VIDA
Este es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es San Juan Fisher (20 de junio). Tomás significa: "el gemelo". Y en verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero de martirio, San Juan Fisher.

Nació Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad de Oxford.

Su padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba después: "Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme en casa y en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho para su futuro.

A los 22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un intelectual muy brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable simpatía".

Le llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y fue un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.

Para con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba ir personalmente a visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil encontrar otro de conversación más amena.

Tomás Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa: "Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda Europa.

El joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario del alcalde de la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores. Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran elegido Canciller, solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados". Otro añadía: "El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este". Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino humor: "El rey es de tal manera que si le ofrecen una buena casa por mi cabeza, me la mandará cortar de inmediato".

Ya llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.

Tomás Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15 meses.

Verdaderamente hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le dice: "Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así".

El día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían querido aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire cómo van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa religión".

Tomás fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le dictó entonces sentencia de muerte. El se despidió de su hijo y de su hija y volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.

En la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo al salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero un resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban a matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu bondad". Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores, y declaró públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.

Tomás Moro fue declarado santo por el Papa en 1935. Un sabio decía:

"Este hombre, aunque no hubiera sido mártir,
bien merecía que lo canonizaran, porque su vida fue
un admirable ejemplo de lo que debe ser el
comportamiento de un servidor público:
un buen cristiano y un excelente ciudadano".

http://www.ewtn.com/spanish/saints/Tomás Moro

BIBLIOGRAFÍA


la agonia de cristo-tomas moro-santo tomas moro-9788432132308LA AGONIA DE CRISTO (EN PAPEL)
TOMAS MORO; SANTO TOMAS MORO , 2001
Nº de páginas: 192 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: RIALP
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788432132308
Escrita por Tomás Moro poco antes de ser ejecutado, esta obra es un testamento admirable de su autor como humanista y como cristiano. A partir de la contemplación de la Pasión de Cristo, Moro muestra al mundo que el dolor es un ingrediente del amor y la felicidad.




I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER
CAPTURADO (MT 26, MC 14, LC 22, LO 18)
Oración y mortificación con Cristo
«Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos»'. Aunque había
hablado de tantas cosas santas durante la cena con sus Apóstoles, sin embargo, y a punto de
marchar, quiso acabarla con una acción de gracias. ¡Ah!, qué poco nos parecemos a Cristo aunque
llevemos su nombre y nos llamemos cristianos. Nuestra conversación en las comidas no sólo es
tonta y superficial (incluso por esta negligencia advirtió Cristo que deberemos rendir cuenta), sino
que a menudo es también perniciosa, y una vez llenos de comida y bebida dejamos la mesa sin
acordarnos de Dios y sin darle gracias por los bienes que nos ha otorgado. Un hombre sabio y
piadoso, que fue egregio investigador de los temas sagrados y arzobispo de Burgos*, da algunos
argumentos convincentes para mostrar que el himno que Cristo recitó con los Apóstoles consistía en
aquellos seis salmos que los hebreos llaman el «gran aleluya», es decir, el salmo 112 y los cinco
restantes. Es una costumbre antiquísima que han seguido para dar gracias en la fiesta de Pascua y
en otras fiestas importantes. Incluso en nuestros días siguen usando este himno para las mismas
fiestas. Por lo que se refiere a los cristianos, aunque solíamos decir diferentes himnos de bendición y
acción de gracias según las épocas del año, cada uno apropiado a su época, ahora hemos permitido
que casi todos estén en desuso. Nos quedamos tan contentos diciendo dos o tres palabrejas,
cuales-quiera que sean, e incluso ésas las susurramos descui-dadamente y bostezando con
indolencia.
Salieron hacia el monte de los Olivos, y no a la cama. El profeta decía: «En mitad de la noche me
levanté para rendirte homenaje»2, pero Cristo ni siquiera se reclinó sobre el lecho. Ojalá pudiéramos
nosotros, por lo menos, aplicarnos con verdad este otro texto: «Me acordé de ti cuando descansaba
sobre mi cama». Y no era el tiempo veraniego cuando Cristo, después de cenar, se dirigió hacia el
monte. Porque no debía ocurrir todo esto mucho más tarde del equinocio de invierno, y aquella
noche hubo de ser fría, como muestra la circunstancia de que los servidores se calentaban junto a
las brasas en el patio del sumo pontífice. Ni tampoco era ésta la primera vez que Cristo hacía tal
cosa, como claramente atestigua el evangelista al escri-bir secundum consuetudinem, «según su
costumbre»4. Subió a una montaña para rezar, significando así que, al disponernos a hacer oración,
hemos de elevar nuestras mentes del tumulto de las cosas temporales hacia la contemplación de las 
divinas. El mismo monte de los Olivos tampoco carece de misterio, plantado como estaba con olivos.
La rama de olivo era general-mente empleada como símbolo de paz, aquella que Cristo vino a
establecer de nuevo entre Dios y el hom-bre después de tan larga separación. El aceite que se
extrae del olivo representa la unción del Espíritu: Cristo vino y volvió a su Padre con el propósito de
enviar el Espíritu Santo sobre los discípulos, de tal modo que su unción pudiera enseñarles todo
aquello que no hubieran podido sobrellevar si se lo hubiera dicho antes.
«Marchó a la otra parte del torrente Cedrón, a un huerto llamado Getsemaní». Corre el Cedrón entre
la ciudad de Jerusalén y el monte de los Olivos, y el vocablo «Cedrón» significa en lengua hebrea
«tristeza», mientras que «Getsemaní» quiere decir «valle muy fértil» y también «valle de olivos». No
se ha de pensar que es simple casualidad el hecho de que los evangelios recordaran con tanto
cuidado estos nombres. De lo contrario, hubieran considerado suficiente indicar que fue al monte de
los Olivos, a no ser que Dios hubiera escondido bajo estos nombres algunos misteriosos significados
que hombres estudiosos, con la ayuda del Espí-ritu Santo, intentarían descubrir, por el simple hecho
de ser mencionados. Dado que ni una sílaba puede considerarse vana o superflua en un escrito
inspirado por el Espíritu Santo mientras los Apóstoles escribían, y dado el hecho de que ni siquiera
un pájaro cae a tierra fuera del orden querido por Dios, me es imposible pensar que los evangelistas
mencionaran estos nombres de manera fortuita, o bien que los judíos los asignaran a lugares
(cualquiera que fuese su intención al hacerlo) sin un plan escondido del Espíritu Santo, que guardó
en tales nombres un depósito de misterios para que fueran de-senterrados más adelante.
«Cedrón» significa tanto «tristeza» como «negrura u oscuridad», y da nombre no sólo al torrente
mencionado por los evangelistas, sino también -como consta con claridad- al valle por el que corre el
torrente y que separa a Getsemaní de la ciudad. Así, todos estos nombres evocan a la memoria (a
no ser que nos lo impida ver nuestra somnolencia) la realidad de que mientras estamos distantes del
Señor, como dice el Apóstol6, y antes de llegar al monte fructífero de los Olivos y a la agradable finca
de Getsemaní -cuyo aspecto no es triste y áspero, sino fértil en toda clase de alegrías-, debemos
cruzar el valle y la corriente del Cedrón. Un valle de lágrimas y un torrente de tristeza, en cuyas
aguas puedan limpiarse la suciedad y negrura de nues-tros pecados. Mas, si cansados y abrumados
con dolor y llanto intentamos perversamente cambiar este mundo, este lugar de trabajo y de
sacrificio, en puerto de frívolo descanso; si buscamos el paraíso en la tierra, entonces nos apartamos
y huimos para siempre de la verdadera felicidad, y buscaremos la penitencia cuando ya es
demasiado tarde, y nos veremos además envuel-tos en tribulaciones intolerables e interminables.
Esta es la lección saludable de la que estos nombres nos advierten, tan oportunamente escogidos
están. Y como las palabras de la Sagrada Escritura no están atadas a un solo sentido, sino cargadas
con otros misterio-sos, estos nombres de lugares armonizan bien con la historia de la Pasión de
Cristo. Parece como si sólo por esta razón la eterna providencia de Dios se hubiera cui-dado de que
esos lugares recibieran tales nombres, que serían, siglos después, señales anunciadoras de su
Pasión. El que «Cedrón» signifique «ennegrecido», ¿no parece querer recordar aquella predicción
del profeta sobre Cristo, anunciando que entraría en su gloria por un suplicio ignominioso, y que
quedaría desconocido por las contusiones y los cardenales, la sangre, los es-cupitajos y la suciedad
hasta tal grado que «no hay forma ni belleza en su rostro»?7. Y que el nombre del torrente que cruzó
no en vano significa «triste» es algo que el mismo Cristo atestiguó al decir: «Mi alma está triste con
tristeza de muerte.» «Y le siguieron también sus discípulos», es decir, los once que habían quedado
con Él. El diablo había entrado en el otro Apóstol después de cenar, y afuera también éste marchó,
mas no para seguir como discípulo al maestro, sino para perseguirle, como un traidor. Bien se
cumplían en él aquellas palabras de Cristo: «El que no está conmigo está en contra de mí»8. En
contra de Cristo ciertamente estaba porque en ese mismo momento tramaba insidias para atraparle,
mientras el resto de los discípulos le seguían para rezar. Sigamos nosotros a Cristo y supliquemos al
Padre con Él. No imite-mos la conducta de Judas, abandonando a Cristo después de haber
participado de sus favores y haber cenado espléndidamente con Él, para que no caiga so-bre
nosotros aquella profecía: «Si veías al ladrón te ibas con él»9.
«Judas, que le entregaba, conocía bien el sitio por-que solía Jesús retirarse muchas veces a él con
sus dis-cípulos»'°. Una vez más los evangelistas aprovechan la ocasión -al mencionar al traidor- para
subrayar, y así grabar en nosotros, aquella santa costumbre de Cristo de retirarse con sus discípulos
para hacer oración. Si hubiera ido allí únicamente algunas veces y no frecuentemente, no hubiera
estado el traidor tan seguro como estaba de encontrar allí al Señor, hasta el punto de llevar a los
servidores del sumo sacerdote y a la cohorte de soldados romanos, como si todo se hubiera
acordado de antemano. Caso de que hubieran visto que no estaba todo previsto, hubieran juzgado
que Judas se burlaba de ellos, y no le habrían dejado marchar im-pune. Y yo me pregunto: ¿dónde
están esos que se creen grandes hombres y se glorían de sí mismos como si hi-cieran algo
extraordinario cuando, en las vigilias de algunas fiestas importantes, prolongan un poco más la
oración en la noche o se levantan temprano para la oración de la mañana? Cristo, nuestro Salvador,
tenía como costumbre pasar noches enteras en oración, sin dormir. ¿Dónde están los que le
llamaban glotón porque no rechazaba la invitación a los banquetes de los publicanos ni despreciaba 
a los pecadores? ¿Dónde están aquellos que juzgando su moral con rigidez farisaica no la
consideraban mejor que la moral de la chusma?
Mientras tristes y amargados rezaban los hipócritas en las esquinas de las plazas para ser vistos por
los hom-bres, Él, apacible y amable, almorzaba con pecadores para ayudarles a cambiar sus vidas.
Y, además, solía pasar la noche rezando al descubierto, bajo el cielo, mientras el fariseo hipócrita
roncaba a pierna suelta en la blandura de su lecho. ¡Ojalá aquellos de nosotros que, esclavizados en
tal forma por la pereza no podemos imitar este ejemplo de nuestro Salvador, tuviéramos, por lo
menos, el deseo de traer a la memoria -precisamente mientras nos damos la vuelta en la cama
medio dormidos- estas sus noches enteras en oración! Ojalá aprovecháramos esos momentos
mientras esperamos al sueño para dar gracias a Dios, para pedirle más gracias y para condenar
nuestra apatía y pereza. Estoy seguro de que si hiciéramos el propósito de adquirir el hábito e
intentarlo aunque sólo fuera un poco, pero con cons-tancia, en breve tiempo nos concedería Dios dar
un gran paso y aumentar el fruto.


FILMOGRAFIA

Un hombre para la eternidadTítulo original
A Man for All Seasons
Año
1966
Duración
120 min.
País
Reino Unido Reino Unido
Director
Fred Zinnemann
Guion
Robert Bolt (Teatro: Robert Bolt)
Música
Georges Delerue
Fotografía
Ted Moore
Reparto
Paul Scofield,  Wendy Hiller,  Leo McKern,  Robert Shaw,  Orson Welles, Susannah York,  Nigel Davenport,  John Hurt,  Corin Redgrave,  Colin Blakely, Cyril Luckham,  Jack Gwillim,  Thomas Heathcote,  Yootha Joyce,  Anthony Nicholls, John Nettleton,  Eira Heath,  Molly Urquhart,  Paul Hardwick,  Michael Latimer, Philip Brack,  Martin Boddey,  Eric Mason,  Matt Zimmerman,  Vanessa Redgrave
Productora
Columbia Pictures
Género
Drama | Histórico. Siglo XVI. Política. Religión. Biográfico
Sinopsis
Para divorciarse de su esposa Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos y tía del emperador Carlos V) y contraer matrimonio con Ana Bolena, Enrique VIII (1509-1547) trata de obtener el apoyo de la aristocracia y del clero. Sir Thomas Moro, uno de los más notables humanistas europeos ("Utopía", 1516), ferviente católico y hombre de confianza del monarca, se encuentra en una encrucijada: ¿debe actuar de acuerdo con su conciencia, arriesgándose a ser tachado de traidor y ejecutado, o debe ceder ante un rey que no tiene ningún reparo en adaptar la ley a sus necesidades? (FILMAFFINITY)


ORACIÓN

Oración del buen humor
Autor: Santo Tomas Moro, mártir, patrón de los políticos.

Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.

Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.

Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.

Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.

Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.

Así sea.

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