martes, 16 de agosto de 2016

24 de agosto, SAN BARTOLOMÉ APOSTOL



San Bartolomé, Apóstol
(Siglo I)


A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida.


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El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le Bartholomew.jpg (24186 bytes)dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 ).


Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció.



Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.


Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.

El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".


Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.



ORACIÓN

Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.





Meditación en la fiesta de San Bartolomé

Monseñor Larrea Holguín

Celebra la Iglesia la fiesta del Apóstol san Bartolomé. Este discípulo de Cristo ‑también llamado Natanael‑ nació en Caná. Era amigo del también apóstol Felipe, y gracias a esa amistad conoció al Señor, un día de primavera, en la región del Jordán. En el Evangelio se narra este encuentro de Natanael con Cristo.

Bartolomé había bajado desde Galilea a Jericó, quizá para escuchar la doctrina del Bautista, como otros judíos piadosos. También estaban allí Juan, Pedro, Andrés y Felipe, que en las riberas del río habían sentido la voz imperiosa de Cristo invitándoles a dejar todo y a seguirle. Volvía ya hacia Galilea cuando, en algún punto del trayecto, quizás en las afueras mismas de Jericó, Felipe encontró a su amigo Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret. Díjoles Natanael: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Díjole Felipe: Ven y verás. Vio Jesús a Natanael, que venía hacia Él, y dejo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Díjole Natanael: ¿De dónde me conoces? Contestó Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera te vi. Natanael le contestó: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestó Jesús y le dijo: ¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis abrirse el cielo  y  a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre (Jn 1, 45‑51).

Felipe, emocionado, no puede menos de transmitir a su amigo Natanael el gozo de su descubrimiento. Igual debemos hacer cada uno de nosotros al tratar a nuestros amigos. Procuraremos contagiarles de nuestros ideales cristianos, hablándoles de cuántas cosas tenemos en el corazón: de amores humanos y Eucaristía; de familia y confesión; de futuro y vida eterna; de tierra y de cielo; de estudio y oración…

Hay que hablarles de Dios, abriéndoles horizontes de cielo para que salten de su vida terrena, chata, apática y aburrida; para que apaguen desencantos y pasotismos, y entren por caminos de santidad con todo el heroísmo que esto entraña.

La amistad es la base humana para hacer apostolado. Y de esta forma, todo lo que contribuye a conservar y hacer más fuerte la amistad es también una exigencia apostólica. Aconsejaba san Josemaría Escrivá: Vamos positivamente a hacernos amigos, a ganarnos amigos para hacerlos amigos de Jesucristo (…). Vamos a hacernos amigos entre todos nuestros compañeros de trabajo, entre todos los que viven en nuestro ambiente, aunque estén lejos de ­Dios.

Natanael (…) habría oído por las Escrituras que el Cristo debía venir de Belén, del pueblo de David. Así lo creían los judíos y lo había anunciado, tiempo atrás, el profeta: “Y tú, Belén, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe, que apacentará a mi pueblo Israel” (Mi 5, 2)). Por tanto, al escuchar que provenía de Nazaret se turbó y dudó, al no encontrar cómo compaginar las palabras de Felipe con la predicación profética (San Juan Crisóstomo). Además, Nazaret era un pueblecito pequeño y desconocido de Israel. Estaba situado al norte de Galilea.

Puede suceder que al transmitir nuestra fe a nuestros amigos y conocidos, éstos presenten dificultades. ¿Qué hacer? Lo que hizo Felipe: no confiar en sus propias explicaciones, sino invitarles a acercarse personalmente  hasta Jesús: Ven y verás. Ponerlos delante del Señor a través de los medios de la gracia que el mismo Cristo ha dado y la Iglesia administra: frecuencia de Sacramentos y práctica de la piedad cristiana.

Natanael acepta la invitación de Felipe y va al encuentro de Jesús para conocerle de cerca. A partir del aquel momento su vida cambia. Ha encontrado al Mesías y será llamado al apostolado. Según la tradición, después de la ascensión del Señor predicó el Evangelio, según unos, en Arabia y Armenia, y según otros, en la India, donde recibió la corona del martirio.

Vio Jesús a Natanael. Y de los labios del Maestro divino salió una alabanza: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño, porque Bartolomé es un hombre sencillo, sincero.

La sencillez es una cualidad que debe brillar en la vida de los cristianos. Sencillez es descomplicación, naturalidad, franqueza, consecuencia necesaria de la bondad de corazón, porque así como la propiedad de la estrella es la luz de que está rodeada, la propiedad del hombre piadoso y temeroso de Dios es la sencillez y la humildad (Hesiquio). El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro: hace lo de todos, pero procura hacerlo bien, cara a Dios.

A la sencillez se opone la afectación en el decir y en el obrar; la pedantería, el aire de suficiencia, la hipocresía. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta sencillez en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres (San Gregorio Magno). La falta de sencillez nos impide apreciar las enseñanzas que nos ha dejado el Señor al hacerse Niño, al trabajar como todos, en el trato con los demás, etc.

Todos, menos los orgullosos y los engreídos, los que están llenos de sí mismos y se encaraman para sobresalir por encima de los demás, entienden a Jesús. Especialmente le entienden, por su sencillez, los niños, y quienes con su humildad se hacen como ellos. Te doy gracias, Padre ‑dirá el señor en cierta ocasión‑, (…) porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las ha revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor (Mt 11, 25‑26).

Cristo alaba la sencillez de vida de Bartolomé, su sinceridad, pues no hay engaño en él. La sinceridad es virtud íntimamente unida a la sencillez, que hace que nos manifestemos en las palabras tal como somos, con claridad y verdad. Es virtud indispensable para seguir a Cristo, que es la Verdad misma y aborrece el engaño. Natanael, sincero y sencillo, fue premiado con la gloria eterna, después de toda una vida de servicio: ¿porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores verás. Y añadió: en verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

A los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es exigente y comprometida. Preferimos en ocasiones el disimulo, el pequeño engaño o la mentira abierta; otras veces cambiamos el nombre de los hechos o de las cosas para que no resulte estridente el decir la verdad como es.

Sinceridad. Es sincero el hombre que conociendo su condición, sus cualidades y defectos, los reconoce, con humildad, en su verdadera entidad. Sabe que las cualidades son recibidas de Dios, que las limitaciones de la condición humana y miseria propia proceden del pecado original y de los pecados personales. Reconoce la gracia que recibe de Dios.

Sinceridad en la dirección espiritual, para darnos a conocer como somos. Habla con naturalidad, no des vueltas al modo de decir las cosas. Trata de expresarlas con claridad, brevemente y sin pensar en ti. Si piensas en ti mismo, la enredamos (San Josemaría Escrivá).

Abrimos el corazón, procuramos ser transparentes, contamos lo que nos produce cansancio, sufrimiento, preocupaciones, lo que nos quita la paz, sin vergüenza y sin decir verdades a medias.

Sinceridad en la confesión. No hay que acusarse de generalidades: Yo no he amado a Dios tanto como debía, no he rezado con la devoción que debiera, no he amado a mi prójimo como debiera amarle, no he recibido los Sacramentos con la reverencia que es debida, y otras semejantes. La razón es porque diciendo esto no dice nada en particular que pueda manifestar al confesor el estado de tu conciencia, pues cuantas personas hay en la tierra y cuantos santos están en el cielo lo podrían decir si confesasen.

Hay que concretar, decir los pecados en su especie y el número de veces que se han cometido. En la confesión, la sinceridad es tan importante que si el hombre no reconoce su culpa, si se calla voluntariamente algún pecado grave, no puede recibir la gracia, no se le perdona los pecados.

El hecho de ser sinceros con el Señor y de reconocernos pecadores, nos puede servir para unirnos más a Dios, pues nos ayudará a ser más humildes y a sentirnos más necesitados de su ayuda. No olvidemos la parábola del fariseo y del publicano. Este último salió justificado, porque se reconoció pecador y pidió misericordia al Señor.

Hacerse como niños en la vida espiritual: es todo un programa de vida sobrenatural que Jesús recomendó a Nicodemo, y por esto, san Josemaría Escrivá lo aconsejaba: Haceos niños delante de Dios. Sólo así sabremos ser hombres muy maduros en la tierra, porque a través de nuestra sencillez obrará la mano de Dios con su fortaleza y seguridad. Niños delante de Dios, con entera confianza, como el pequeño confía en su madre; no se preocupa del mañana ni de otra cosa: su madre vela por él. Dios vela por nosotros, si somos sencillos.

Sólo siendo niños ‑sencillos y sinceros, como Natanael‑ tendremos la humildad de aceptar nuestras miserias y errores personales, sin desaliento, sin perder la paz, con alegría de hijos de Dios.

Siendo muy pequeños, la Virgen nuestra Madre cuidará de nosotros, nos protegerá en sus brazos maternales y, cuando el Señor nos llame a su presencia, intercederá amorosamente.


FILMOGRAFÍA






                                                                     
                                                                     ORACIÓN





¡Oh Santo Bartolomé!, íntegro sin mancha ni doblez,
ante ti me presento pidiéndote por la salud emocional
y la restauración de la raíz de mis crisis nerviosas.
Asísteme, Oh Santo Varón de Dios, cuando la nube
negra de la desesperación amenace mi pensamiento,
tú que fuiste atormentado por un cruel martirio
apiádate de mi presente necesidad:
( pedir el favor que se necesita )
San Bartolomé intercede por nosotros que vivimos
en un mundo agitado donde las angustias y temores,
los nerviosismos, las ansiedades y depresiones nos rodean
y como olas tempestuosa se agitan en nuestro interior.
¡Oh San Bartolomé!
restáuranos la paz interior y la paz en nuestros hogares.
 Muéstrame que Dios siempre está conmigo y obtenme
la gracia de experimentar paz y tranquilidad en mi vida.
Que siguiendo tus pasos de Santidad pueda imitar tus virtudes,
viviendo una vida íntegra, sin las manchas de los errores ni
corrupciones de este mundo, para hacerme merecedor como tú
de los halagos del Maestro y poder un día disfrutar
de las bienaventuranzas dignas del pueblo santo.
Te lo ruego por Jesucristo Nuestro Señor.
  Amén.

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